15 May


--
La comunión de los santos.

139. La comunión de los santos quiere decir que todos los fieles cristianos, como miembros de un mismo cuerpo que es la Iglesia, tienen parte mutuamente los unos de los bienes espirituales de los otros, y también están unidos espiritualmente con las almas del purgatorio y los santos del cielo.
La palabra comunión, significa comunicación.
La palabra santos, significa los fieles que están en gracia de Dios.
Bienes espirituales son la gracia, oraciones y demás buenas obras.
Los fieles que están en gracia de Dios son miembros vivos de un mismo cuerpo místico, del cual es cabeza Nuestro Señor Jesucristo.
En un cuerpo, la cabeza deja sentir su influencia en todos sus miembros, y los bienes de uno son bienes de los demás.
La comunión de los santos se extiende también a la Iglesia triunfante y purgante.
Nosotros nos encomendamos a los Santos del cielo y podemos aliviar a las almas del purgatorio.
Los Santos del cielo ruegan a Dios por nosotros y por las almas del purgatorio.
Los que están en pecado mortal participan solamente de los bienes externos del culto y de las plegarias de los justos para obtener el perdón.
--
Tesoro de la Iglesia

El tesoro de la Iglesia está formado por la parte propiciatoria, impetratoria y satisfactoria de las obras buenas hechas por los justos.
Toda obra buena hecha en gracia de Dios es meritoria, propiciatoria, impetratoria y satisfactoria.
Meritoria: hace ganar méritos y premios para el cielo.
Propiciatoria: aplaca la divina justicia.
Impetratoria: consigue gracias del Señor.
Satisfactoria: satisface la pena temporal debida por los pecados.
La parte meritoria es del que practica la obra buena: no se puede ceder.
Las otras partes se pueden ceder: con ellas se forma el tesoro de la Iglesia.
--
Mérito de las obras buenas

Las obras buenas, por razón de mérito, pueden ser vivas, muertas y mortificadas.
Vivas, son las que se hacen en gracia de Dios.
Mientras dura la gracia de Dios, son dignas de mérito y de premio eterno.
Muertas, son las que se hacen en pecado mortal.
Nunca tendrán premio ni mérito.
¡Cuán triste cosa es vivir en pecado mortal! En tal estado, aunque se hagan obras muy buenas, no se conseguirán por ellas premio alguno en la eternidad.
No obstante, cuantas más buenas obras hace un pecador, más fácil es que consiga la gracia de la conversión.
Mortificadas, son las obras buenas hechas en gracia de Dios, si sobreviene el pecado mortal.
Mientras dura el pecado mortal, son como muertas; pero, si se recobra la gracia de Dios, son de nuevo vivas.
Para que las obras buenas sean meritorias, deben hacerse con la recta intención de agradar a Dios.
Las obras buenas no tienen todas el mismo mérito, sino que unas son mucho más meritorias que otras; y aun puede suceder que una sola tenga más mérito que muchas otras juntas.
Las obras buenas pueden ser obligatorias y no obligatorias o supererogatorias.
Obligatorias, son las que están mandadas bajo pena de culpa, como oír Misa en los días festivos.
Supererogatorias, son las que no son de obligación, como oír Misa diariamente.

Las obras buenas más recomendadas por dios en la Sagrada Escritura, son:
1º La oración, o sea los actos relativos al culto divino, como la Santa misa, etc.
2º El ayuno o las obras de mortificación.
3º La limosna o las obras de caridad y misericordia.

Las verdaderas riquezas son las obras buenas hechas en gracia de Dios.
La magnitud del galardón debe excitarnos a practicar muchas obras buenas.
Una buena obra y el menor acto de virtud es cosa más grande y gloriosa que todas las hazañas de los más célebres conquistadores, que las negociaciones más importantes y que la conquista y el gobierno de un imperio.
La fe nos lo enseña y la razón misma lo convence, porque todo esto no es más que la gloria de la criatura, mientras que las buenas obras y los actos de virtud procuran la gloria del Creador.
De aquí es menester inferir que no hay ninguna comparación, ninguna proporción entre lo uno y lo otro.
Esta verdad bien comprendida, ¡qué aliento infunde en las almas buenas, para practicar todas aquellas obras que pueden contribuir a la gloria de Dios! ¡Qué fervor en todos los ejercicios de piedad! ¡Qué desprecio de todo lo que no es de Dios, ni dice relación a su gloria!
Cuando leo en el Evangelio que no quedará sin premio un vaso de agua fría dado a un pobre, digo para mí: pues, ¿qué será de otras infinitas buenas obras de más importancia, que me son fáciles, si las hago por Dios, el cual me promete en recompensa un bien infinito por una eternidad?
Peso despacio estas tres cosas: un bien infinito, una eternidad y una acción de un instante, que tan fácil me es, y quedo sorprendido al ver mi ceguedad: ¿No debería dedicarme sin tregua a aprovechar cuidadosamente todos los instantes de mi vida para emplearlos en buenas obras? ¡Un bien infinito pro tan poca cosa! ¡Una bienaventuranza eterna por un momento tan breve de trabajo!
Poco después de haber muerto una persona muy piadosa, se apareció radiante de gloria a otra, y le dijo:
“Soy sumamente feliz; pero, si algo pudiera desear, sería el volver a la ida y padecer mucho, a fin de merecer más gloria”; añadiendo que quisiera padecer hasta el día del juicio todos los dolores que había padecido durante su última enfermedad, para lograr solamente la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María [bien rezada].

ARTÍCULO X

EL PERDÓN DE LOS PECADOS

140. El perdón de los pecados quiere decir que Jesucristo dio a su Iglesia la potestad de perdonar todos los pecados.
La Iglesia puede perdonar todos los pecados por muchos y graves que sean, porque Jesucristo le ha dado plena potestad de atar y desatar. [Pero nunca serán perdonados los pecados de blasfemia contra el Espíritu Santo, ni en esta vida, ni en la otra, así lo dijo Jesucristo (Mt. 12, 31-32)].
Jesucristo así habló al jefe de la Iglesia: “Lo que desatares en la tierra, será desatado en el cielo” (Mat. XVI, 19), y a los Apóstoles: “Todo lo que desatareis sobre la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mat. XVIII, 18).
La Iglesia puede perdonar siempre, con tal que sea sincero el dolor de la culpa cometida.
En la Iglesia ejercitan esta potestad de perdonar los pecados: el Papa, los Obispos y los Sacerdotes.
El bautismo y la penitencia son los sacramentos instituidos para el perdón de los pecados.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO