28 Mar



ARTÍCULO IV
PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATOS; FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO.

Jesús, por todas partes donde pasaba, hacía el bien
No obstante, tenía grandes enemigos
Como hay ahora, había entonces tres clases de gentes: buenos, malos no obstinados y malos obstinados.
Los buenos amaban a Jesús
Los malos no obstinados, al oir su divina palabra, se convertían
Pero los malos obstinados aborrecían mucho a Jesús, y querían darle muerte.
En una ocasión, los judíos tomaron piedras para arrojarlas contra Jesús, quien les dijo:
Muchas obras buenas os he hecho; ¿por cuál de ellas me queréis matar?
Varias veces trataron de quitar la vida a Jesús, y Él desaparecía.
Mas llegó el momento en que Jesús permitió le tomasen preso.
Jesús fue azotado, coronado de espinas y clavado en la cruz.
Poncio Pilatos fue el juez malvado que dictó la sentencia de muerte contra Jesús.
Él conocía que Jesús era inocente; no obstante, para complacer a los judíos, pronunció la más injusta de las sentencias.
Jesús fue clavado en la Cruz al mediodía y murió a las tres de la tarde, el viernes antes de Pascua.
109. Jesucristo quiso morir muerte de Cruz, para librarnos del pecado y de la muerte eterna.
110. Incurrimos en el pecado y en la muerte eterna por la desobediencia de nuestro primer padre Adán, en quien todos pecamos.
Jesús murió en la Cruz para salvarnos.
Al morir Jesús, el sol se oscureció, la tierra tembló, las piedras se partieron y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, resucitaron.
Jesús padeció y murió realmente como hombre.
Como Dios, no podía padecer ni morir.
Jesús, desde la Cruz, nos enseñó a aborrecer el pecado y su causa.
La causa del pecado es el amor desordenado a los hombres, riquezas y placeres.
No necesitaba Jesús sufrir tanto para salvarnos.
Cualquier acto de Jesús era de un valor infinito, y era suficiente para salvar al mundo entero, y aun a mil mundos.
Jesús quiso sufrir tanto, para que comprendiéramos:
1º Cuán grave es el pecado.
2º El amor inmenso que nos tiene
3º Cuánto vale nuestra alma, pues para salvarla quiso Jesús derramar toda su sangre y dar su vida en medio de los más atroces tormentos.
Cada uno debe pensar: Jesús ha muerto para salvarme a mí. ¿Qué no debo hacer yo para corresponder al amor de Jesús, y salvar mi alma?
Jesús murió para salvar a todos los hombres; pero de tal manera murió por todos, como si muriera por uno solo.
Los méritos de la pasión y muerte de Jesucristo no aprovecharán a todos, porque muchos no hacen lo necesario para la aplicación de estos méritos.
Dice San Agustín: El que te creó sin ti, no te salvará sin ti; esto es, sin tu cooperación.

ARTÍCULO V
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS; AL TECER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS.

111. Por infierno, al que bajó Jesucristo después de su muerte, no se entiende el lugar de los condenados, sino el limbo donde estaban los justos.
Descendió a los infiernos: significa que, al morir Jesús, su alma santa fue al limbo de los justos o seno de Abraham.
112. El limbo de los justos o seno de Abraham, era el lugar adonde, hasta nuestra redención, iban las almas de los que morían en gracia de Dios, y después de estar enteramente purificados, y el mismo al cual bajó Jesucristo.
Jesús fue a buscar aquellas almas santas, para llevarlas consigo al cielo.
Ningún hombre podía entrar en el cielo antes que Jesucristo.
113. Jesucristo bajó al limbo de los justos con el alma unida a la divinidad.
114. El cuerpo de Jesucristo quedó unido con la misma divinidad.
Jesucristo permaneció en el limbo, consolando a aquellas almas, todo el tiempo que su cuerpo estuvo en el sepulcro.
No quiso resucitar enseguida después de muerto, sino quiso esperar hasta el tercer día, para manifestar hasta la evidencia que verdaderamente había muerto.
115. Jesucristo resucitó al tercer día después de su muerte, volviendo a juntar su cuerpo y alma gloriosos para nunca más morir.
La resurrección tuvo lugar al alba del domingo.
Jesús estuvo resucitado cuarenta días sobre la tierra, para confirmar en la fe a sus discípulos, a quienes se apareció muchas veces, hablándoles del reino de Dios.

ARTÍCULO VI
SUBIO A LOS CIELOS; ESTÁ A LA DIESTRA DE DIOS PADRE.

116. Jesucristo subió a los cielos por su propia virtud.
Jesús subió a los cielos cuarenta días después de su resurrección.
La ascensión a los cielos se efectuó en el monte Olivete, en presencia de María Santísima y de los discípulos.
117. Estar a la diestra de Dios Padre es tener igual gloria con El en cuanto Dios, y mayor gloria que otro ninguno en cuanto hombre.
Jesús subió al cielo:
1º Para tener posesión del reino que conquistó con su muerte.
2º Para prepararnos tronos de gloria
3º Para ser nuestro Medianero y Abogado delante del Padre Eterno.
Diez días después que Jesús subió a los cielos, envió al Espíritu Santo sobre los Apóstoles, en figura de lenguas de fuego.
El Espíritu Santo cambió a los Apóstoles de hombres ignorantes en sapientísimos, y de imperfectos en llenos de santidad.
Los Apóstoles predicaron el Evangelio en todas partes, confirmando el Señor su doctrina con milagros. Sellaron con su sangre la doctrina que predicaron.
Jesús, como Dios, está en todas partes.
Como hombre, está solamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar.

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