07 Apr

EL CIELO
122. La gloria es ver a Dios y gozar de Él, sin fin, en una bienaventuranza eterna.
Va al cielo el que muere en gracia de Dios y no tiene deuda alguna de pena.
El que tiene alguna deuda de pena, va antes al purgatorio.
El cielo es un lugar de suma y eterna felicidad; se ve claramente a Dios; se goza de todo bien, sin mal alguno.
La gloria esencial consiste en ver claramente a Dios.
Es más dicha ver a Dios por un instante, que gozar eternamente de todas las riquezas, placeres y honores que se pueden imaginar en este mundo; porque el mundo entero, comparado con Dios, es como nada.
¡Qué dicha será, Dios mío, veros, no por un instante, sino por toda la eternidad!
Los buenos estarán eternamente en el cielo.
Todos hemos sido creados para el cielo.
Va al cielo todo el que quiere ir de veras, resueltamente; esto es, el que pone los medios necesarios para conseguirlo.
Todos los hombres quieren ir al cielo; pero algunos tienen solamente el querer del perezoso; quieren ir al cielo y no quieren poner los medios necesarios para conseguir el más precioso de todos los bienes.
El cielo es el premio de valor infinito que Dios tiene reservado a los que le sirven fielmente en esta vida.
Es un premio tan precioso que, para conseguírnoslo, el mismo Hijo de Dios dio toda su Sangre, y aún la vida.
Si para dárnoslo, Dios nos exigiera pedírselo de rodillas dos horas diariamente, o que hiciéramos durante un millón de años la más rigurosa penitencia, aún así el cielo fuera como regalado.
Pero Dios no nos pide tanto, sino solo que observemos sus divinos mandamientos: cosa bien fácil de hacer con la divina gracia, que nunca falla.
Lo único que nos puede hacer perder el cielo es el pecado mortal.
Si los hombres, para conseguir los bienes eternos, tuvieran, no digo tanto, sino la mitad del cuidado que tienen para conseguir los bienes de la tierra, todos serían santos, todos irían al cielo.
Mas, ¡ay!, muchos hombres viven sobre la tierra como si tuvieran que permanecer  en ella para siempre, sin cuidarse para nada de merecer la eterna felicidad.
En el cielo, los premios son proporcionales a la cantidad y calidad de las obras buenas hechas en gracia de Dios.
Quien tiene eterno premio no envidia al que tiene más; como un niño, contento con su vestido chicho, no envidia al que le tiene grande.
Cada obra buena que practicamos, estando en gracia de Dios, tiene su mérito y su premio en el cielo.
El premio correspondiente a cada obra buena, aun a la más insignificante, es superior a todos los bienes materiales de la tierra, y durará eternamente.
Procuremos aprovechar todos los días, y aun todos los instantes de nuestra vida, haciendo todo el bien que podamos, para ir aumentando siempre nuestros méritos y premios de la gloria.
Si los que están en el cielo pudieran tenernos envidia de algo, la tendrían, porque nosotros, mientras vivimos, podemos aumentar siempre el tesoro de méritos y de premios para el cielo, y ellos no.

EL INFIERNO
123. El infierno  es la privación de la vista de Dios, y el lugar donde se padece el fuego eterno y todo mal, sin mezcla de bien alguno.
Va al infierno el que muere con el pecado mortal.
El infierno es el lugar en donde se padecen muchas penas.
Estas penas son de daño y sentido.
La pena de daño es la privación de la vista de Dios, Sumo Bien.
Es la mayor pena de los condenados.
Cuando el alma se separa del cuerpo, se dirige hacia Dios con ímpetu irresistible, con mucho mayor vehemencia que el pez busca el agua, o el que está en el fuego procuara salir de él; pero Dios rechaza eternamente al alma que etá en pecado mortal.
La pena del sentido es el tormento del fuego y todo mal, sin bien alguno.
En el infierno, los demonios son los verdugos.
Basta un solo pecado mortal para merecer el infierno.
En el infierno, la pena es proporcionada a la cantidad y calidad de los pecados cometidos.
Es cierto que hay infierno.
Nuestro Señor Jesucristo, que es Verdad infalible, lo dice muchas veces en el Santo Evangelio.
Dios prohíbe el mal moral y debe castigar al que lo comete.
La ley, para que los hombres sean compelidos a cumplirla, debe tener señalada una pena a los transgresores.
Los transgresores de la ley humana son justamente castigados; con mayor razón deben ser castigados los transgresores de la ley divina. Nadie puede quebrantar impunemente la ley de Dios.
Dios es infinitamente justo; así como premia a los buenos con felicidad eterna, castiga a los malos con pena eterna.
El pecado mortal es una ofensa grave a la majestad infinita de Dios, por consiguiente, merece un castigo infinito.
El pecador no puede sufrir un castigo infinito en la intensidad, pero sí en la duración.
Las penas del purgatorio son poco temidas, porque son temporales.
Dios, como sabio legislador, debía establecer un castigo que de veras apartase del pecado mortal; tal es el castigo eterno del infierno.
El temor del infierno es una de las causas de que se cumpla la ley de Dios, y las almas se salven.
¿Por un solo pecado que se comete en un solo momento, castiga Dios con una eternidad de penas?
El castigo se mide por la gravedad de la ofensa, no por el tiempo que se emplea en cometerla.
Aun la justicia humana castiga con cárcel perpetua, y hasta con la muerte, el crimen que se ejecuta en un momento.
Dios es Padre de misericordia para los buenos; mas para los que se mueren en pecado mortal es juez terribilísimo.
Los que mueren en pecado venial, por ser Dios bueno y misericordioso no los ha de condenar al infierno, pues es también infinitamente justo.
Dios era tan bueno y misericordioso como ahora, cuando de un golpe arrojó al infierno a millares de ángeles.
Por ser Dios infinitamente bueno, ama infinitamente la virtud y aborrece infinitamente el pecado; por esto nadie premia o castiga tanto como Dios.
Si porque Dios es bueno y misericordioso no debiera castigar con el infierno,  por la misma razón no debiera permitir los males sin número que existen sobre la tierra.
Dios, en el gobierno del universo, no se rige por el sentimentalismo de los hombres.
En este mundo, lugar de prueba y no precisamente de premios y castigos, Dios, con sabiduría y justicia infinitas, permite catástrofes horrendas, dolores acerbísimos, que alcanzan a buenos y malos.
N. S. Jesucristo, los santos mártires, hijos queridísimos de Dios, sufrieron tormentos tan atroces que horroriza el pensarlo.
¿Qué no exigirá la divina justicia que sufra el pecador rebelde obstinado en el mal?
Los que mueren en pecado mortal, quedan reducidos a la misma condición que el demonio, de quien no sentimos compasión.
Va al infierno quien quiere, pues Dios a todos da gracia abundante para no caer en el pecado; y a los pecadores, mientras viven, les ofrece siempre generoso perdón.
Nadie se condena sino por su propia y libre voluntad, cometiendo culpa grave.
Aun los salvajes, que nunca han oído hablar de la religión cristiana, si se condenan es por su culpa;  pues adonde no llega la voz del hombre, llega la voz de Dios.
¿Quieres que no haya infierno, sino cielo para ti? Vive siempre en gracia de Dios y si tienes la desgracia inmensa de perderla, procura recobrarla cuanto antes.

EL PURGATORIO
124. El purgatorio es el lugar adonde van las almas de los que mueren en gracia de Dios, sin haber enteramente satisfecho por sus pecados, para ser allí purificados con terribles tormentos.
Va al purgatorio el que muere en gracia de Dios y tiene alguna deuda de pena.
Esta deuda de pena puede ser:
1º Por pecados veniales; y
2º Por no haber hecho la debida penitencia de los pecados mortales, perdonados en cuanto a la culpa y pena eterna.
Con la confesión bien hecha [bien hecha significa: con dolor de haber hecho sufrir a Jesús, con propósito de enmienda, o sea qué medidas tomar para no caer de nuevo en los pecados confesados y habiendo confesado todos los pecados mortales y su número], se perdonan siempre las culpas graves y la pena eterna; pero no siempre queda perdonada toda la pena temporal.
Dios, al perdonar el pecado mortal, ordinariamente conmuta la pena eterna en una pena temporal.
Esta pena temporal debe pagarse en esta vida o en el purgatorio.
En esta vida se paga haciendo obras buenas, especialmente cumpliendo la penitencia impuesta por el confesor. [O ganando indulgencias]
El purgatorio es un lugar de expiación temporal
Las almas del purgatorio, cuando han satisfecho del todo por sus pecados, van al cielo.
Dios, infinitamente justo, ninguna obra buena o mala deja sin premio o castigo, aunque se trate de cosas pequeñas.
Los que mueren con solo pecados veniales no merecen el infierno, ni pueden ir al cielo, porque nada manchado puede entrar en él.
Debe, pues, existir un lugar para que las almas se purifiquen antes de entrar al cielo.
En el purgatorio se padece la privación de la vista de Dios, el tormento del fuego y otras penas.
El mayor dolor de las benditas Ánimas es no poder ver a Dos y pensar que, siendo Él infinitamente bueno, le han ofendido.
Las almas benditas, al verse manchadas con el pecado, con gusto se sumergen en aquellas llamas, y aun quisieran fueran más ardientes para purificarse más pronto.
Aprendamos de las benditas Ánimas a aborrecer el pecado, aun leve, sobre todo mal.

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