Algunos párrafos de las profecías y revelaciones de Santa Brígida de Suecia.
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Era también tan grande la muchedumbre de las almas santas, que mi vista no podía abarcar su longitud, su latitud ni su profundidad; y vi también muchos tronos vacíos, que todavía han de llenarse para honra de Dios. Oí entonces una voz venida de la tierra y salida de infinitos millares de seres que clamaban y decían: Oh Señor Dios, Juez justo, juzgad a nuestros reyes y príncipes, mirad el derramamiento de nuestra sangre, y las angustias y lágrimas de nuestras mujeres e hijos. Ved nuestra hambre y desventura, nuestras heridas y nuestro cautiverio, ved los incendios de nuestras casas, las violencias y atropello de las doncellas y de las mujeres. Mirad los desacatos de las iglesias y de todo el clero, y ved las engañadoras promesas de los príncipes y de los reyes, las traiciones y los impuestos que exigen con ira y violencia, porque no se cuidan de los muchos millares de seres que mueren, con tal de que puedan ensanchar su soberbia.
Clamaban después del infierno infinitos millares de espíritus, y decían: Oh Juez, sabemos que eres Creador de todas las cosas. Juzga, pues, a los señores a quienes servimos en la tierra, porque nos han sumergido más profundamente en el infierno. Y aunque te deseamos el mal, no obstante, la justicia nos obliga a decir la verdad. Esos nuestros señores temporales nos amaron sin amor de Dios, porque no se cuidaron de nuestras almas más que de los perros, y les fué indiferente el que te amáramos o no a ti, que eres Dios Creador de todas las cosas, y solamente deseaban ser amados y servidos por nosotros. Son, pues, indignos del cielo, porque no se cuidan de ti, y dignos del infierno, porque nos perdieron, a no ser que los socorra tu gracia, y de consiguiente, desearíamos padecer aún mucho más de lo que padecemos, con tal de que nunca tuviera fin la pena de ellos.
En seguida los que estaban en el purgatorio, hablando por semejanzas, decían: Oh Juez, nosotros merecimos ser enviados al purgatorio por la contrición y buena voluntad que al final de la vida tuvimos; y por tanto, nos quejamos de los señores que todavía viven en la tierra, porque éstos debieron habernos dirigido y amonestado con palabras y correcciones, y habernos enseñado con saludables consejos y ejemplos; pero más bien nos impelían y provocaban a las malas obras y a los pecados; y así, por causa de ellos es ahora más grave nuestra pena, más larga su duración, y mayor la aflicción y la ignominia.
Habló después Abraham juntamente con todos los patriarcas, y dijo: Oh Señor, lo que más deseábamos nosotros era que vuestro Hijo naciese de nuestra progenie, el cual ahora es menospreciado por los príncipes de la tierra; por consiguiente, pedimos justicia contra ellos, porque ni miran vuestra misericordia, ni temen vuestro juicio. Hablaron entonces los profetas, y dijeron:
Nosotros profetizamos la venida del hijo de Dios, y dijimos que era menester que para libertar el pueblo naciese de una Virgen, fuese entregado, preso, azotado, coronado de espinas, y por último, muriese en una cruz, a fin de que se abriera el cielo y se borrara el pecado. Y puesto que ya se ha cumplido lo que dijimos, pedimos justicia contra los príncipes de la tierra que menosprecian a vuestro Hijo, el cual, por amor murió por ellos. Los evangelistas dijeron también entonces: Nosotros somos testigos de que vuestro Hijo cumplió en sí mismo todo lo que había sido anunciado. Los apóstoles decían igualmente: Nosotros somos jueces; por lo que nos corresponde sentenciar según la verdad; y así, a los que menosprecian el Cuerpo de Dios y sus mandamientos, los condenamos a la perdición eterna.
Después de esto, la Virgen que estaba sentada con el cordero, dijo: Oh dulcísimo Señor, tened misericordia de ellos. A lo cual respondió el Juez: No es justo negarte nada, pues los que dejaren de pecar e hicieren con digna penitencia, hallarán misericordia y apartaré de ellos mi juicio.