105. Trabajo y templanza 1876 (MB. 12,393).
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1a. Parte: El toro y la humildad.
Este es uno de los sueños más importantes de nuestro Santo. Lo narró así: Anoche tuve un sueño que me parece rico en importantes enseñanzas.
Vi que con mis discípulos llegábamos a un campo y que un personaje desconocido nos decía: – Quiero librarlos de un gran peligro. Es un toro furioso que destroza a los que pasan por su camino.
Y me recomendó: – Dígales a sus discípulos que tan pronto oigan el rugido del toro, que es feroz y muy grande, se lancen inmediatamente al suelo y permanezcan así boca abajo, con la cara vuelta hacia tierra, hasta que el toro se haya alejado. Los que no acepten humillarse por tierra y quedarse así, estarán irremediablemente perdidos. Que recuerden aquella frase del Evangelio que dice: “Los que se humillan serán enaltecidos, pero los que se enorgullecen serán humillados”.
Y de pronto se oyó el terrible rugido del toro y mis discípulos muy obedientes hicieron dos filas a lado y lado del camino y se echaron a tierra y permanecieron con la cara vuelta hacia el suelo.
Se oyó el espanto rugido del toro y llegó aquel animal terrible. Tenía unos cuernos con los cuales hacia verdaderos estragos. Todos temblábamos de susto. Al toro le aparecieron hasta siete cuernos. Pero con los dos de enfrente era con los que más destrozaba.
Y se oyó una voz que decía: – Ahora se verán los efectos de la humildad.
Y, ah maravilla, en un instante, todos los que estábamos postrados y echados por tierra, con la cara contra el suelo, fuimos levantados por los aires de manera que los cuernos del tono no nos alcanzaban a tocar.
Pero los orgullosos, los que se habían quedado de pie en vez de echarse por el suelo, fueron todos destrozados por los cuernos del feroz animal. Y la voz dijo: – Esto sucede a los orgullosos. El que se enorgullece será humillado.
El toro levantaba los cuernos queriendo alcanzarnos y herirnos pero no lo logró porque estábamos bien altos. Entonces enfurecido se fue a buscar a otras fieras más que le ayudaran a alcanzarnos.
El toro es el enemigo de las almas. Tiene hasta siete cuernos, que son los pecados capitales (orgullo, avaricia, ira, impureza, gula y pereza). Pero a los que se mantienen humildes no los logra destrozar con estos pecados.
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2a. Parte: Las fieras y la Eucaristía.
Vi luego que nos dirigíamos todos a una Iglesia y que nos arrodillábamos ante el Santísimo Sacramento del altar y nos dedicamos a rezar devotamente. Y en ese momento llegaron muchos otros toros furiosos con cuernos terribles y nos querían atacar pero no se nos pudieron acercar porque estábamos rezando a Nuestro Señor (se cumplía lo que dijo Jesús: “Ciertos espíritus malos no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.).
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3a. Parte: Las dos condiciones para el éxito.
Llegamos a un extenso campo y el desconocido me dijo: – Ahora vas a ver lo que espera a la Comunidad Salesiana.
Me hizo subir a una altísima roca y desde allí logré ver una llanura tan grande como nunca me había imaginado que pudiera haber algo tan inmenso. Parecía que desde allí se veía toda la tierra.
Y aparecieron allí personas de todos los colores y razas y con vestimentas de los más diversos países de la tierra. Allí cerca de mí había salesianos que conducían enormes grupos de muchachos italianos. Los logré reconocer. Luego hacia el sur vi muchos salesianos de Sicilia y del África dirigiendo grandes multitudes de jóvenes. Miré hacia el oriente y vi muchos jóvenes del Asia conducidos por los salesianos. A los salesianos de la primera fila los conocía. Los demás me eran desconocidos. Miré hacia el norte y hacia el occidente y por todos lados, enormes grupos de muchachos marchaban dirigidos por los salesianos.
Y el personaje me explicó: – Este es el campo inmenso que espera a los salesianos. Un campo sin lmites espera a tus discípulos. Has visto a unos que conoces y a otros que no te son conocidos. Eso significa que los salesianos trabajarán por las almas en este siglo, en el siglo siguiente y en los siglos futuros. Pero con una condición: para conseguir estos éxitos que has visto se necesita que tengan estas palabras como su lema, como su palabra de orden, como su distintivo. Las palabras son: El trabajo y la templanza hacen florecer la Congregación Salesiana. Estas palabras hay que explicárselas, hay que repetírselas muchas veces y hasta escribir algún librito que explique el significado de esas dos palabras. Es necesario tratar de convencerlos de que el trabajo y la templanza son la herencia que le dejas a la Congregación, y al mismo tiempo su gloria.
Templanza es dominarse a sí mismo: ser sobrio y mortificado en el comer, en el beber, en el dormir y en el descansar. Es cumplir aquello que dijo Jesús: “Quien desea ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, que se domine a sí mismo”).
Yo le respondí: – Estoy muy de acuerdo con todo esto. Es lo que recomiendo a mis discípulos día tras día y siempre que se me presenta la ocasión.
Y la voz siguió diciéndome: – Hay que decirles con toda claridad que mientras cumplan estos dos lemas: Trabajo y Templanza (estar siempre muy ocupados y saber mortificar sus sentidos y sus pasiones) tendrán seguidores al norte y al sur, al oriente y al occidente. Que cada uno se proponga ser un modelo en esto. Que cumplan lo que recomienda el apóstol: “Sean sobrios y estén atentos y vigilantes, por que el enemigo, el diablo, da vueltas como león rugiente, buscando a quién devorar” (San Pedro 5,8).
El dominar los sentidos y la sensualidad es el paso número uno para obtener personalidad.
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4a. Parte: Los cuatro clavos.
El guía me hizo luego un cartelón donde estaban pintados cuatro clavos y me dijo: “Estos son los cuatro clavos que atormentan y acaban con las congregaciones religiosas. Son como los cuatro clavos que atormentaron a Cristo en la cruz.
Si en la Congregación Salesiana los logran tener alejados, todo marchará muy bien y llegarán a la santidad.
Y me explico: El primer clavo lleva escrita una frase de San Pablo que dice: “Su Dios es el vientre”. Significa comer demasiado, beber demasiado. No ser mortificados en el comer y en el beber.
El segundo clavo lleva escrita otra frase del apóstol que dice: “Buscan lo suyo propio y no lo que es de Jesucristo”. Son los que lo que buscan no es el Reino de Dios o la salvación de las almas, sino su propia comodidad, el darle gusto a su orgullo y a su vanidad y el ayudar sólo a sus familiares. Si se aleja este modo de comportarse, la Congregación prosperará.
El tercer clavo lleva otra frase de la se que dice: “Su lengua es como el veneno de una víbora venenosa” (Salmo 140). Son los murmuradores, los que siempre viven criticando, los chismosos que cuentan a otros lo que han dicho contra ellos. Son un clavo fatal para las comunidades.
Y el cuarto clavo tiene escrita esta frase: “Ocio, malgastar el tiempo”. Son los que pasan horas y horas sin hacer nada que valga la pena. Cuando a una comunidad llegan estos individuos que se la pasan sin hacer nada, la comunidad va hacia la ruina. Pero cuando todos se dedican a trabajar con toda su alma, la comunidad progresa.
Luego el guía me mostró otra frase del Libro Santo que decía: “Son como una serpiente escondida entre la hierba, como una víbora en el camino por donde hay que pasar” (Génesis 49,17). Son esos individuos que no les tienen confianza a los superiores, que jamás hablan con ellos, que se guardan todo lo que sienten y nunca lo dicen. Estos tales son verdaderos flagelos para las comunidades. Los que obran mal si son descubiertos pueden ser corregidos, pero éstos son solapados, hipócritas y no nos damos cuenta del mal oculto que andan haciendo, y cuando se les descubren ya no hay tiempo para remediar el mal que han hecho. Esta clase de gentes hay que mantenerlas alejadas de la Congregación.
Yo me propuse escribir estos consejos tan sabios, y cuando iba a comenzar a escribir, vi que los jóvenes empezaban a llegar asustados y oí el mugir del toro que llegaba embistiendo, y fue tal el susto que sentí que… me desperté.
Conclusión: Qué buena conclusión de todo esto fuera que nos propusiéramos practicar cada día el lema de Trabajo y Templanza y evitar siempre los cuatro clavos tan dañosos: la gula, el orgullo, la murmuración y el ocio. Y en vez de obrar ocultos como serpiente en la hierba, ser francos y sinceros con los superiores. De esta manera podremos hacerle un gran bien a nuestra alma y al mismo tiempo hacer muchísimo bien a otras almas.
Le pedí a Nuestro Señor que me iluminara algo más acerca de lo importante que es el cumplir el lema de Trabajo y Templanza, y me volví a dormir. Y vi un bellísimo jardín lleno de las flores más hermosas que se pueda uno imaginar. Y me fue dicho esa será tu comunidad si se observa tu lema de Trabajo y Templanza.
Luego el jardín se convirtió en una pocilga donde había los animales más asquerosos y repugnantes que uno pueda imaginarse y allí había un hedor inaguantable, y me fue dicho: “En eso se convertirá la comunidad si no se obedece el lema de Trabajo y Templaza. El hedor me produjo tanto asco que me desperté, y quedé por bastante tiempo con la impresión de aquella escena tan repugnante y horrible.
Hagamos caso a lo que se nos ha aconsejado hoy, y seremos felices. (MB. 12,401).
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106. La flioxera (o Roya o Broca o Plaga) de las uvas 1876 (MB. 12,404).
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En una noche de octubre de 1876, mientras muchos de mis discípulos estaban haciendo los Retiros Espirituales, soñé que llegaba a un inmenso salón lleno de religiosos y que ellos me decían: – ¿Está pensando qué debe decir a sus discípulos al final de los Retiros Espirituales? Pues… hábleles de la Flioxera; que huyan de la Flioxera. Dígales que si se esfuerzan por tener alejada la Flioxera; entonces sí la comunidad tendrá una larga vida y logrará hacer mucho bien a las almas.
Yo les pregunté: – ¿Y de qué flioxera hablan ustedes? – Pues de esa flioxera que ha acabado y llevado a la ruina a tantas comunidades religiosas y aun a muchas les impide hacer el bien que deberían hacer.
Y como yo no entendía qué era lo que me querían decir, se adelantó un personaje amable y venerable y me dijo: – Te voy a explicar. La flioxera (o roya o broca) es una enfermedad que les viene a las plantaciones y las destruye. Está compuesta por millones y millones de pequeñísimos microbios.
Y cuando aparece en una planta, no pasa mucho tiempo y ya todas las plantas de los alrededores están infectadas del mismo mal, aunque estén a cierta distancia. Cuando aparece esta enfermedad la infección se extiende rápidamente y los frutos y la cosecha que se esperaba recoger queda todo arruinado. ¿Y cómo se propaga? El viento va transmitiendo la enfermedad de planta en planta. Es una desgracia que se propaga rapidísimamente.
– Y esa flioxera es la murmuración, que se propaga rapidísimamente y lleva la enfermedad de la desobediencia a muchas personas.
– ¿Y qué más les produce la flioxera, o sea la murmuración? El anciano venerable me respondió: – Los males que provienen de la murmuración son incalculables. Lo primero que hace marchitar en las casas a donde llega es la caridad (la murmuración es un baldado de agua fría sobre la pequeña llama de la caridad). La murmuración enfría y apaga el deseo de salvar almas y hace perder mucho tiempo que se podía emplear en hacer el bien. Y el mal ejemplo que se recibe de los murmuradores hace que en ellos se cumpla lo que dice el Libro del Eclesiástico: “El murmurador se hace antipático ante Dios y ante los hombres”. No hace falta que el murmurador pase de una casa a otra: basta que allá se sepa lo que él dijo murmurando y así el mal se va extendiendo de casa en casa. Este fue el mal que acabó con muchas comunidades religiosas.
– ¿Pero y cómo poner remedio a este mal tan grande? El personaje me dijo: – No basta con remedios tibios. Hay que tomar medidas serias y fuertes. Para atacar la flioxera no basta con fumigar.
Basta una planta infectada para que ella infecte toda la plantación y se pase a otras fincas. Por eso es necesario cortar la planta, y ojalá quemarla, y si son bastantes las plantas infectadas, hay que cortar todas las que tienen esa enfermedad. Así tiene que ser en las comunidades: al murmurador, al que rechaza las órdenes recibidas, al que desprecia los reglamentos, al que siembra discordias y descontento entre los demás, hay que alejarlo sin contemplaciones, sin dejarse vencer por una peligrosa tolerancia. A veces se siente lástima al tener que castigar a un individuo porque tenemos amistad con él o porque tiene cualidades muy especiales, o porque su gran ciencia trae prestigio a nuestra Congregación. ¡Cuidado!, no hay que dejarse llevar por esa consideración. Esos individuos difícilmente cambiarían de modo de ser. No digo que su conversión sea imposible, pero me atrevo a asegurar que es muy rara la posibilidad de que abandones su costumbre de murmurar, de criticar y de hacer mal ambiente.
Dirían algunos, ¡pero es que si se van, pueden portarse todavía peor allá en el mundo! Allá ellos, pero nosotros no podemos dejar esos individuos en la Congregación porque acabarían con todo.
– ¿Y si en la Congregación hubiera esperanza de que cambiaran? – ¡Cuidado! Es preferible que se vaya uno de ellos y no exponerse a que se quede infectando con su murmuración y su rebeldía a toda la plantación del Señor. Tienes que hablar muy seriamente de esto a los que dirigen la comunidad.
Le di las gracias al amable personaje por estas enseñanzas tan importantes y en ese momento sonó la campana para la levantada y me desperté.