29 Apr

107. Aparición de Domingo Savio 1876 (MB. 12,494).

La noche del 22 de diciembre de 1876, fue memorable en el Oratorio o colegio de Don Bosco en Turín, pues aquella noche narró uno de sus más importantes y hermosos sueños. Hizo reunir a todo el personal de la casa, alumnos, profesores y religiosos, para contarles un sueño que dos días antes les había prometido narrarles. Es de imaginar la expectación general que había por escucharlo.
Cuando lo vieron aparecer en la cátedra lo recibieron con entusiastas aplausos como sucedía cada vez que reunía a todo el personal de la casa para hablar de algún tema de especial interés. Apenas indicó que iba a comenzar a hablar se hizo un profundo silencio. Y él habló así: La noche del 6 de diciembre, comencé a soñar y me pareció que estaba en una pequeña altura frente a una llanura que parecía de cristal. Allí había las flores más bellas que uno se pueda imaginar y los frutales más exquisitos que desear se pueda. Además se veían por allí muchísimos edificios tan elegantes y tan lujosos que para la construcción de uno solo de ellos parecía que hubieran gastado todos los tesoros del mundo. Yo me decía: – Ah, si mis jóvenes pudieran venir a gozar de la vista de estas bellas flores y a gustar estos frutos tan sabrosos y a vivir en estás casas tan lujosas.
Y en esos momentos llegó a mis oídos una música maravillosa como entonada por cien mil instrumentos musicales, tan bella como ningún famoso músico del mundo es capaz de componer algo semejante.
Y vi por entre aquellos jardines y frutales miles y miles de personas alegrísimas, cantando a mil y mil voces este bellos himnos del Apocalipsis: “A Dios que está sentado en su trono y al cordero, alabanza, honor, gloria y poderío por los siglos de los siglos” (Ap. 5,13).
Mientras escuchaba entusiasmado los cantos celestiales vi venir hacia mí una inmensa multitud de jóvenes. Muchos de ellos habían estudiado en nuestros colegios y los conocía. Muchísimos más vendrán en tiempos futuros y eran desconocidos para mí. Al frente de ellos venía Domingo Savio y junto a él varios salesianos que ya murieron.
Al llegar aquella multitud de jóvenes cerca de mí se detuvieron a unos cinco metros de distancia. Ellos estaban inundados en una grandísima alegría que se notaba en el brillo de sus ojos y en el resplandor de su rostro. Me miraban con una amable sonrisa y permanecían en silencio.
Domingo Savio se adelantó él solo y se colocó tan cerca de mí que si yo estiraba la mano lograba tocar sus hombros. Callaba y me miraba sonriente. Qué hermoso estaba. Su vestido era maravilloso: una túnica blanquísima adornada toda de diamantes y bordada en oro. En la cintura una franja roja, toda ella llena de piedras preciosas (esmeraldas, perlas, rubíes, etc.) tan cerca unas de otras que casi se tocaban, y formando unos dibujos tan hermosos que yo estaba entusiasmado al contemplar todo aquello.
De su cuello colgaba un collar de bellísimas flores, que tenían hojas que eran diamantes y estaban colocadas sobre tallos de oro. Aquellas flores brillaban más relucientes que el sol de mediodía, y todas ellas iluminaban hermosamente el rostro rosado y amable de Domingo Savio, el cual llevaba sobre su cabeza una corona de rosas y se presentaba tan agradable y venerable que parecía un ángel.
(En este momento Don Bosco hizo un gesto de emoción que estremeció a todos sus oyentes. Después de breve pausa continuó).
– Y como Domingo Savio, así venían vestidos hermosísimamente todos sus compañeros. Cada uno tenía en su cintura una faja roja, igual a la llevaba Domingo Savio.
Yo le pregunté: – Domingo, ¿éstos son los goces del paraíso? Y él me respondió:- No, éstos no son los goces del Paraíso Eterno, sino solamente goces naturales. Porque“ni ojo vio, no oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”. Si alguno viera algo de lo que se goza en el paraíso, moriría de la emoción.
– ¿Y qué se goza en el paraíso? – Es imposible decirle qué se goza en el paraíso. Pero lo principal es que se está junto a Dios. (“Esta es la vida eterna: conocer a Dios verdadero y a su enviado Jesucristo” (S. Juan 17,3).
Le pregunté de nuevo a Domingo Savio: – ¿Por qué llevas esa túnica tan blanca y hermosa? Y un coro desde el Cielo empezó a cantar aquellas palabras del Apocalipsis: “Estos son los que purificaron su alma con la sangre del cordero” (Ap. 7,14).
Volví a preguntar: – ¿Y por qué llevas esta faja de color rojo? Y una voz cantó esta frase del Libro Sagrado: – “Quienes conservaron la virtud de la pureza, seguirán al Cordero de Dios donde quiera que Él vaya” (Ap. 14,4).
Comprendí entonces que la faja de color rojo, color de sangre, era símbolo de los grandes sacrificios hechos, de los violentos esfuerzos y casi del martirio sufrido por conservar la virtud de la pureza, y que para mantenerse casto en la presencia del Señor hubiera estado pronto a sacrificar la vida, si las circunstancias se lo hubieran exigido; que esa faja roja simboliza también las penitencias y mortificaciones que libran al alma de caer en muchos pecados. Y que la túnica blanquísima era una señal de que él mantuvo su alma blanca, sin mancha de pecado.
Luego al contemplar todos aquellos numerosos grupos de jóvenes que seguían a Domingo Savio le pregunté: – ¿Quiénes son esos que te siguen? Y un coro de jovencitos me respondió cantando: – “Son como los ángeles de Dios en el Cielo” (Mt. 22,30).
Volví a preguntar a Domingo: – ¿Por qué tú, si no eres el más viejo, eres el que viene dirigiendo este grupo? Él me respondió: – Es que yo soy el más antiguo de los que han muerto en el Oratorio, porque fui el primero de tus alumnos en pasar a la otra vida. Y además: traigo un mensaje de Dios.
Esta respuesta me hizo entender que Domingo Savio era enviado como embajador de Dios para traernos un mensaje del Cielo.
Yo le volví a preguntar: – ¿Qué me dices de la vida pasada de nuestra Obra? – En cuanto al pasado tengo que decirle que la Congregación ha hecho mucho bien. ¿Ve aquel inmenso grupo de jóvenes? – Sí, lo veo. ¡Qué numerosos son!, ¡Qué felicidad se refleja en sus rostros!- Pues mire bien el letrero que hay enfrente a ellos.
– Ya lo veo. Dice: JARDÍN SALESIANO.
– Pues bien – continuó diciendo Domingo Savio – todos esos jóvenes fueron educados en su obra o por sus religiosos o por personas encaminadas desde aquí hacia la vocación sacerdotal. Pero su número seria de cien millones de veces mayor, si hubieran tenido mayor fe y mayor confianza en la Providencia de Dios.
Lancé un suspiro de tristeza ante reproche y me hice el propósito de que en lo sucesivo procuraré tener mayor fe y más grande confianza en la Providencia de Dios.
– Y acerca del presente ¿qué me dices? Domingo Savio me presentó un bello ramillete de flores. Allí había rosas, violetas, girasoles, gencianas, azucenas, siemprevivas, y entre las flores, espigas de trigo. Me ofreció el ramillete y me dijo: – Que sus alumnos se esfuercen por tener cada una de estas flores, y que no les falte ninguna de ellas y que no se las dejen robar.
– ¿Y qué significan esas rosas? – La rosa significa la caridad. La violeta la humildad. El girasol la obediencia. La genciana (flor amarga que baja la fiebre) significa la mortificación y la penitencia. La azucena representa la pureza o castidad. Las espigas de trigo significan la comunión frecuente. La siempreviva quiere decir que estas virtudes se han de cultivar y poseer siempre y tratar de perseverar en practicarlas. Recuérdeles a todos que los que practican la virtud de la pureza serán como ángeles de Dios en el Cielo.
– Domingo, ¿y qué fue lo que más te consoló a la hora de la muerte? – Lo que más me consoló y alegró a la hora de la muerte fue la asistencia de la poderosa y bondadosa Madre de Dios.
Dígales a sus discípulos que no se olviden de invocarla en todos los momentos más importantes de la vida.
– Y en cuanto al futuro ¿qué me puedes decir? – Que el próximo año seis de sus discípulos serán llamados por Dios a la eternidad. Pero consuélese que ellos pasan del desierto de este mundo al jardín del paraíso. Serán coronados como buenos vencedores. El Señor Dios le ayudará en su obra y le enviará otros discípulos igualmente buenos.
– ¡Paciencia! – exclamé – ¿Y en cuanto se refiere a nuestra Congregación? –En cuanto a la Congregación, Dios le prepara grandes acontecimientos. El año entrante aparecerá en ella una luz, una aurora tan espléndida que iluminará los cuatro extremos de la tierra, de oriente a occidente y de norte a sur: una gran gloria le está preparada. Si los sacerdotes de la Congregación saben hacerse dignos de la alta misión que Dios les ha confiado, el futuro de la comunidad será maravilloso y muchísimas almas se salvaran por su medio, con la condición de que sean muy devotos de la Virgen María y de que cada uno conserve la virtud de la castidad que es tan grata a los ojos de Dios.
– ¿Y de mí, qué me dices? – Ah, si supiera por cuántas dificultades tendrá que pasar todavía.
– ¿Y del Santo Padre? – Le esperan duras batallas espirituales, pero pronto lo llevará Dios para darle su premio.
– ¿Y nuestros jóvenes están andando todos por el camino de la salvación?- Sus jóvenes se dividen en tres grupos. Están en tres listas. Mire la primera lista.
Y me la entregó. La lista tenía por título: “Los no heridos. Los no manchados”. Son los que conservan su alma blanca, sin mancha de pecado. Vi que eran muchos. A algunos los conozco. Otros vendrán después. Marchaban por un camino angosto y difícil y eran atacados por todos lados con flechazos y lanzadas, pero no eran heridos.
Domingo me dio enseguida la segunda lista de alumnos. Aquella lista tenía por título: “Los que han sido heridos”. Son los que han cometido pecados pero se han arrepentido y se han confesado y han sido perdonados. Eran mucho más numerosos que los de la lista anterior. Muchos marchaban encorvados y desanimados.
Domingo tenía en la mano la tercera lista que llevaba el siguiente título: “Los abandonados en la vía de la perdición”, y contenía los nombres de los que viven en pecado mortal. Yo deseaba mirar la lista para saber quiénes son esos, pero Domingo me dijo: – Un momento, si abre esa lista saldrá un hedor tan horrendo que nosotros no podremos soportarlo. Los ángeles tienen que retirarse asqueados y horrorizados y el mismo Espíritu Santo siente náuseas ante la horrible hediondez del pecado.
Y me dio la tercera lista diciéndome: – Tengo que retirarme por lo que va a suceder enseguida; pero lea la lista de los que viven en pecado. Aproveche esta noticia para hacerles el mayor bien a sus discípulos y no olvide recomendarles que se consigan el ramillete de flores que le presenté. Que conserven las virtudes representadas en esas flores.
Entonces abrí la tercera lista. Y en ese instante se presentaron ante mí los individuos en ella escritos, y logré observarlos personalmente. Qué tristeza sentí al verlos en ese grupo. A muchos de ellos los conozco. Y lo grave es que muchos de ellos parecen buenos, y hasta algunos parecen ser los mejores entre los compañeros, y sin embargo están en la lista de los que viven en pecado.
Pero tan pronto como abrí la lista se esparció por los alrededores un hedor tan insoportable que me dolió la cabeza y me dieron ganas de vomitar. Y el sol se oscureció, y un rayo impresionante cruzó el espacio y se oyó un trueno horrendo, tan fuerte y terrible que me desperté.
Y aquel hedor me impresionó tanto que ocho días después al solo recordarlo ya me daban ganas de vomitar.
Me dediqué a averiguar si en verdad las almas de los jóvenes eran como las había visto en aquellas listas y todo lo que observé en el sueño me ha resultado exacto.
Lo que Domingo Savio anunció a Don Bosco en este sueño o aparición, se cumplió exactamente. Al año siguiente murieron seis alumnos. Y en ese año siguiente apareció también una Estrella Luminosa, una aurora que iluminó los cuatro extremos del mundo: El boletín salesiano, la revista que en 33 idiomas y con más de dos millones de ejemplares mensuales lleva a todos los amigos de Don Bosco las noticias salesianas, y ha logrado hacer conocer su comunidad y sus obras en todos los continentes, y ha conseguido muchísimas vocaciones y gran cantidad de ayudas para la Congregación.
El Papa Pío IX de quien Domingo Savio dijo que “pronto lo llevará Dios para darle su premio”, murió 14 meses después de este sueño.
A Don Bosco le anunció: “Ah si supiera cuántas dificultades tendrá que pasar todavía”. Y en efecto, en estos años fue perseguido por personas que jamás habría pensado que lo iban a perseguir. Y las dificultades que se le presentaron fueron inmensas, por ejemplo: conseguir recursos para levantar la Basílica del Sagrado Corazón en Roma y sufrir terribles enfermedades. Pero con la ayuda de Dios salió adelante.
El inspector de policía en Turín un buen católico quien al oír que a Don Bosco se le había anunciado seis muertos en su colegio para el año siguiente, se propuso averiguar exactamente si en verdad se cumplía el tal anuncio. Y al final del año 1877 cuando murió el sexto alumno, nuestro hombre se convenció de que Don Bosco sí era un hombre iluminado por Dios y dejó su cargo en el gobierno y se hizo salesiano y fue un gran misionero muy querido por todos, el Padre Ángel Piccono.
Lo que más le hacia dudar a Don Bosco de si este sueño era realidad o era una simple fantasía era el haber visto entre la lista de los que viven en pecado a ciertos jóvenes que en el colegio tenían fama de ser los mejores de todos. Se puso a averiguar y logró comprobar que aunque exteriormente eran irreprochables, su vida real era de pecado y de hipocresía. A varios de ellos logró convertirlos y transformarlos, después de esta visión.
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108. La muerte del Papa Pío IX 1877 (MB. 13,45).

El 17 de febrero de 1877 soñé que llegaba a Roma y que el Santo Padre el Papa me recibía en audiencia. Nos pusimos a charlar y de pronto el rostro del Pío IX se puso radiante de luz. Yo le dije: – Ah, Santo Padre, si mis jóvenes que lo aman tanto pudieran verlo así como está ahora, ¡cómo se entusiasmarían! Pero enseguida el Santo Padre se acostó en un sofá y dijo: – Que traigan una sabana para cubrirme de pies a cabeza.
Luego se levantó y entró por una puerta y ya no apareció más.
Enseguida oí que mío amigo Buzzetti me decía: – El Papa ha muerto.
Yo emocionado… me desperté.
Nota: Un año después de este sueño. El Santo Padre Pío IX, después de una breve enfermedad, murió santamente.

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