11. La cinta mágica 1845
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“Me pareció encontrarme en una extensa llanura, cubierta por un número incontable de jóvenes. Unos peleando, otros decían groserías. Aquí se robaba, allí se falta a la modestia. Una nube de piedras, lanzadas por bandos que hacían la guerra, volaba por los aires. Eran muchachos abandonados por sus padres y de costumbres corrompidas. Estaba ya a punto de irme de allí, cuando vi a mi lado a una Señora y me dijo: – Tienes que ir hacia esos jóvenes y actuar. Fui hacia ellos, pero ¿qué hacer? No había sitio donde colocar a ninguno; quería hacerles el bien: me dirigía a personas que estaban mirando desde lejos y que habrían podido ayudarme mucho, pero nadie me hacía caso y ninguno me ayudaba.
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Me volví entonces hacia aquella Señora, la cual me dijo: – Aquí tienes un sitio; y me señaló un prado.
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– Pero aquí, dije yo, no hay más que un prado.
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Ella respondió: – Mi Hijo y los Apóstoles no tenían ni un metro de tierra donde apoyar la cabeza.
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Empecé a trabajar en aquel prado; aconsejaba, predicaba, confesaba, pero veía que mi esfuerzo resultaba inútil para la mayoría, si no se encontraba un sitio cercado y con locales donde recogerlos y donde albergar a algunos totalmente abandonados por sus padres, desechados y despreciados por todo el mundo. Entonces aquella Señora me llevó un poco más hacia allá, hacia el norte, y me dijo: – ¡Mira! Y vi una Iglesia pequeña y baja, un patio chiquito y muchos jóvenes. Empecé otra vez mi labor. Pero resultando ya estrecha esa Iglesia, recurrí de nuevo a la amable Señora y Ella me mostró otra Iglesia bastante más grande y con una casa al lado.
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Me llevó después un poco más allá, hasta un terreno cultivado, casi frente a la fachada de la segunda Iglesia. Y añadió: – En este lugar, donde los gloriosos mártires de Turín, Adventor y Octavio, sufrieron su martirio, sobre esa tierra bañada y santificada con su sangre, quiero que Dios sea honrado de modo especialísimo.
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Y, así diciendo, adelantó un pie hasta ponerlo en el punto exacto donde tuvo lugar el martirio y me lo indicó con precisión. Quería yo poner un señal para encontrarlo cuando volviese por allí, pero no encontré nada: ni un palito, ni una piedra; con todo, lo fijé en la memoria con toda exactitud.
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Corresponde exactamente al ángulo interior de la capilla de los Santos Mártires, del lado del Evangelio de la Iglesia de María Auxiliadora.
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Mientras tanto, yo me veía rodeado de un número inmenso, siempre en aumento, de jóvenes; y al pedirle ayuda a la Señora, crecían los medios y el local; y vi, después, una grandísima Iglesia, precisamente en el lugar en donde me había hecho ver que sucedió el martirio de los Santos de la región de Tebea, con muchos edificios alrededor y con un hermoso monumento en medio.
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Mientras sucedía todo esto, siempre soñando, tenía como colaboradores sacerdotes que me ayudaban en un principio, pero que después se iban. Buscaba con grandes trabajos atraérmelos, y ellos se iban poco después y me dejaban solo. Entonces me volví de nuevo a aquella Señora, la cual me dijo: – ¿Quieres saber cómo hacer para que no se te vayan más? Toma esta cinta y átasela a su cabeza.
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Tomé con reverencia la cinta blanca de su mano y vi que sobre ella estaba escrita una palabra: obediencia. Ensayé en seguida lo que la Señora me indicó y comencé a atar la cabeza de algunos de mis colaboradores voluntarios con la cinta y pronto vi un cambio grande y en verdad sorprendente. Este cambio se hacía cada vez más notorio, según se iban cumpliendo el consejo que se me había dado, ya que aquellos dejaron el deseo de irse a otra parte y se quedaron, al fin, conmigo. Así se constituyó la Sociedad Salesiana.
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Vi, además, muchas otras cosas que no es ahora el caso de manifestarlas (parece que aludía a grandes acontecimientos futuros). Baste decir que, desde aquel tiempo, yo caminaba sobre seguro, lo mismo respecto a los Oratorios que respecto a la Congregación, y sobre el modo de relacionarme con toda suerte de autoridades. Las grandes dificultades que habrán de sobre venir, están todas previstas y sé cómo hay que superarlas. Veo con claridad muchas cosas que iban a suceder en el futuro. Por eso después de haber visto casas, iglesias, colegios y religiosos que me iban a colaborar, empecé a hablar de todo esto, y a contarlas como si ya fueran realidad. Por eso algunos me creyeron loco o que disparataba… la Virgen me había informado….
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12. Los mártires de Turín 1845 (MB. 2,261)
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Me pareció encontrarme en la plaza de Valdocco, en Turín, y dirigiendo mi mirada al río Dora, alcancé a ver entre los árboles, donde hoy esta la Avenida de Regina Marguerita, junto a la calle Cottolengo, en un campo sembrado de hortalizas, maíz, habichuelas y coles, tres hermosísimos jóvenes, radiantes de luz. Estaban de pie en aquel lugar que, en el sueño anterior, se me había señalado como el sitio del glorioso martirio de los tres soldados de la legión de Tebea. Me invitaron éstos a bajar y a acercarme a ellos. Me dirigí hacia ellos, los cuales me acompañaron amablemente al extremo de aquel terreno donde hoy se levanta majestuosa la Iglesia de María Auxiliadora, me encontré frente a una dama, magníficamente vestida y de admirable belleza, majestad y resplandor, y acompañada de un selecto grupo de venerables ancianos con aspecto de príncipes. Innumerables personajes, adornados con gracia y deslumbradora riqueza, le hacían corte como a reina. Y formando en su derredor círculos interminables, se extendían hileras e hileras de ángeles hasta perderse de vista. La dama apareció precisamente donde ahora está situado el altar mayor de la gran Iglesia de María Auxiliadora y me invitó a acercarme. Cuando me tuvo a su lado, manifestó que los tres jóvenes que me habían llevado a Ella eran los mártires Solutor, Adventor y Octavio, con lo cual parecía indicarme que ellos serían patronos especiales de aquel lugar.
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Después con inefable sonrisa en los labios y con amorosas palabras me animó a no abandonar a los muchachos y a seguir, cada vez con más fervor, la empresa comenzada; me dijo que encontraría gravísimos obstáculos, pero que todos serian allanados y derribados, si ponía mi confianza en la Madre de Dios y en su Divino Hijo.
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Por último, me mostró una casa cercana y que realmente existía, que después supe era propiedad de un tal Pinardi; y una Iglesia, precisamente donde está ahora la de San Francisco de Sales, con el edificio contiguo. Después, alzando la mano derecha, exclamó con una voz de inefable armonía: “ESTA ES MI CASA, DE AQUÍ SALDRÁ MI GLORIA”.
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Al oír estas palabras, quedé tan impresionado que me desperté (Don Bosco).
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Nota: Don Bosco quedó muy impresionado por este sueño. Averiguó con un gran sabio e historiador, para saber en qué sitio habían sido martirizados los tres soldados mártires (que pertenecían a la Legión de Tebea) y él le dijo que el martirio había sido en las afueras de Turín, cerca del río Dora (ahí donde el sueño le indicó). Veinte años después construirá Don Bosco allí en ese sitio, la Basílica a María Auxiliadora, templo desde el cual se ha propagado la devoción a la Santísima Virgen a muchos países del mundo.