115. Una receta contra el mal de ojos 1879 (MB. 14,112).
--
Don Bosco estaba sufriendo mucho de los ojos. Algunos decían que eran cataratas y otros temían que quedara totalmente ciego. Un oftalmólogo muy afamado, el Dr. Reynaud, dijo que perdería la vista definitivamente. Pero el Santo tuvo el siguiente sueño: Se me apareció una misteriosa señora que llevaba en la mano un frasquito con un líquido verde oscuro y me dijo: – Mira: si quieres aliviar tu mal de ojos, toma cada mañana un poco de este jugo de achicoria, durante cincuenta días y notarás sus buenos efectos.
Al llegar al comedor para el desayuno Don Bosco le preguntó al Padre Lago que había sido farmaceuta: – Dígame, ¿el jugo de achicoria es bueno para los ojos? – Sí Padre, es uno de los remedios que aconsejan para el mal de ojos.
– Bueno, pues hágame el favor de prepararme un poco de jugo de achicoria.
El Padre Lago le preparó el jugo de achicoria y desde que Don Bosco empezó a tomarlo notó la mejoría en sus ojos. En aquellos cincuenta días aunque leía y escribía de noche y día, su mal de ojos disminuye notablemente y luego se quedó estacionario por algún tiempo.
.
116. La gran batalla: El futuro y las vocaciones 1879 (MB. 14,113).
--
El 9 de mayo de 1879 narró el siguiente sueño:
1a. Parte: La batalla.
Vi que nuestros jóvenes tenían que entablar una encarnizada batalla contra guerreros muy bien armados y que al fin quedaron muy pocos sobrevivientes.
Luego vi que la batalla era contra monstruos de formas gigantescas. Pero los nuestros llevaban un estandarte con este letrero: “María, Auxiliadora de los Cristianos”. La batalla fue larga y sangrienta pero la Virgen hacía muy fuertes a sus devotos, los cuales iban quedando dueños de una amplia zona de terreno. A este grupo se unieron los jóvenes que habían quedado con vida de la batalla anterior y todos juntos formaron un ejercito que llevaba como insignias a la derecha la imagen de Cristo Crucificado y a la izquierda la imagen de María Auxiliadora. Los que formaban nuestro ejercito, después de batallar fuertemente se dividieron en tres grupos: unos se fueron hacia oriente, otros hacia occidente y el tercer grupo hacia el sur.
Luego fueron llegando nuevos grupos de jóvenes que presentaban las mismas batallas y luego partían hacia esas mismas direcciones. A estos últimos no los conocía (por que vendrán en el futuro), pero ellos me saludaban muy cariñosamente.
IR A CONTENIDO
.
.
2a. Parte: Los mensajes vocacionales.
Luego se me apareció un personaje que parecía ser San Francisco de Sales, el cual me presentó un librito y me dijo: – Lea los mensajes que le envían en este libro.
Me puse a leerlos y allí decía: A los novicios: que sean muy obedientes. Con la obediencia obtendrán bendiciones de Dios y la buena voluntad de las personas. Cumpliendo bien su deber de cada día se verán libres de muchos peligros espirituales.
A los jóvenes religiosos: cuidar mucho la virtud de la castidad. Respetar con todo esmero la buena fama de los demás. Promover el buen nombre de la Congregación.
A los responsables de las comunidades: todo el mayor cuidado posible y todo esfuerzo por hacer que en la casa se cumplan bien los reglamentos de la Congregación.
A quien esté de superior: sacrificio completo y continuo para salvarse a sí mismo y para ganar el alma de los demás para Dios.
Yo le pregunté al venerable personaje: – ¿Qué debemos hacer para conseguir vocaciones? Él me respondió: – Sus religiosos tendrán muchas vocaciones si llevan una conducta ejemplar, si tratan con mucha caridad a los alumnos y si promueven la frecuente comunión.
– ¿Y qué normas seguir para la aceptación de los novicios? – Excluir a los perezosos y a los que comen o beben de gula.
– ¿Y para aceptar a los que quieren hacer los votos? – Fijarse si dan garantía de que son capaces de conservar la castidad.
– ¿Y cuál será el mejor modo para conservar el buen espíritu en nuestras casas? – Que los superiores escriban, visiten, reciban y traten con muy buenas maneras a todos. Que esto lo hagan siempre los superiores.
– ¿Y cómo debemos obrar respecto a las Misiones? – Enviando a las misiones únicamente a individuos de moralidad segura, haciendo devolverse a los de moralidad dudosa; y cultivar las vocaciones de los sitios a donde vayan los misioneros.
– ¿Y nuestra Congregación marcha bien? – La respuesta son las palabras del Libro Santo que dicen: “El que es justo que se santifique más. No progresar es retroceder. El que persevere hasta el fin ese es el que se salvará”.
– ¿Y nuestra Congregación se extenderá mucho? – Mientras los superiores de cada sitio cumplan bien su deber, la comunidad se extenderá y nada logrará oponerse a su propagación.
– ¿Y nuestras comunidad durará mucho tiempo? – La Congregación durará mientras sus socios amen el trabajo y la templanza (trabajar mucho y mortificarse y negarse a sí mismos). Si llega a faltar una de estás dos cualidades que son como dos columnas, el edificio se derrumbará arruinando a superiores y súbditos.
En este momento aparecieron cuatro individuos llevando un ataúd. Se dirigieron hacia mí. Yo les pregunté: – ¿Para quién es ese ataúd? – Es para ti. Para que recuerdes que eres mortal y que debes predicar ya desde ahora lo que deseas que tus discípulos hagan después de tu muerte.
– ¿Tendremos muchas rosas o consolaciones? ¿O muchas espinas o penas? – A tus religiosos les aguardan muchas flores, o sea muchas consolaciones y triunfos, pero también muchas espinas: amarguras, contrariedades que los harán sufrir. Es necesario rezar mucho.
– ¿La comunidad fundará casas en Roma? – Sí, pero hay que ir con mucha prudencia y con gran cautela.
– ¿Está ya muy pronta el fin de mi vida? – No te preocupes por eso. Dedícate a practicar lo que has recomendado a los demás: estar preparado, por que a la hora menos pensada llega el señor.
En ese momento sonó un trueno y yo… me desperté.
Si alguno de estos mensajes nos puede ser de provecho aceptémoslo. Y que en todo se de gracias y honor al buen Dios por los siglos.