129. Una predicación y una misa, 1884 (MB. 17,41).
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Soñé que me encontraba con un grupo de gente que me invitaba a predicarles y que entré a un Templo y les hice un sermón acerca de lo peligroso que es tener malas costumbres. Y les conté cómo el diluvio universal fue un castigo porque la gente se había vuelto muy impura, y cómo la destrucción de Sodoma y Gomorra por una lluvia de fuego se debió a que tenían costumbres muy malas.
Luego me pidieron que les celebrara la misa pero no encontré ni cáliz, ni hostia, ni sacristán y entonces… me desperté.
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130. La famosa “Carta desde Roma”, 1884 (MB. 17,100).
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En mayo de 1884 Don Bosco envió una carta desde Roma a sus salesianos y alumnos en la cual les narraba un importantísimo sueño que había tenido. Esta carta tuvo un gran efecto en los discípulos del Santo. El Padre Miguel Rúa la leyó a todo el personal del Oratorio, reunido expresamente para escucharla. Como allí Don Bosco decía que había visto el estado de la conciencia de muchos de sus discípulos, al regresar él de Roma, fueron muchos los que se le acercaron a preguntarle en qué estado los había visto en su sueño. La carta dice así: Amadísimos hijos en Jesucristo: Mi gran deseo es que todos logren ser felices en esta vida y conseguir la felicidad para la eternidad. Para ello les narro un sueño que tuve hace poco tiempo.
Se me apareció un antiguo alumno que ya murió. Él me dijo: – ¿Don Bosco me conoce? – Claro que sí, tú eres Valfré, un alumno de nuestro Oratorio hace unos 14 años.
– Don Bosco, ¿quiere ver cómo era la vida en su colegio en aquellos tiempos de 1870? – Sí, sí, hazme ver cómo era, porque esto me proporcionará mucha alegría.
Entonces Valfré me hizo ver a los alumnos de aquellos antiguos tiempos. Me parecía estar en el antiguo Oratorio en las horas de recreo. ¡Que movimiento, qué alegría! Unos corrían, otros saltaban. Algunos estaban en competencias muy emocionantes de deportes. En un sitio había un grupo de jóvenes alumnos pendientes de los labios de un sacerdote que les narraba una historia. Más allá estaba un clérigo jugando un emocionante partido con un grupo de muchachos. Se cantaba, se reía por todas partes.
Había por doquier sacerdotes y clérigos mezclados con los alumnos, los cuales gritaban y hacían bullicio alegremente. Yo estaba encantado al ver todo aquello, y Valfré me dijo: – Mire: la familiaridad, la sana confianza, produce cariño y el cariño abre los corazones y así los alumnos se manifiestan sinceramente a los asistentes y superiores. Y aceptan con facilidad lo que se les quiera mandar, porque se dan cuenta de que los superiores los aman.
Enseguida se acercó a mí otro antiguo alumno, José Buzzetti, con la barba completamente blanca y me dijo: – Don Bosco, ¿quiere ver ahora cómo son los alumnos que están actualmente en su colegio? – Sí, sí, pues hace un mes que no los veo.
Y me presentó el patio del colegio. Allí estaban los alumnos en recreo. Pero ahora ya no se oían los gritos de alegría ni las canciones, ni se veía el movimiento de otros tiempos.
En los ademanes y gestos, y en el rostro de algunos jóvenes se notaba un desgano, una tristeza, una desconfianza que llenaba de angustia mi corazón. Es verdad que vi a muchos que jugaban, que corrían, que se movían con placentera despreocupación. Pero otros, y eran bastantes, estaban apoyados en las columnas, como si estuvieran llenos de pensamientos desalentadores. Otros se quedaban en las escaleras y no tomaban parte del recreo en común. Algunos paseaban en grupos y hablando en voz baja entre ellos, lanzando a una y otra parte miradas sospechosas y malintencionadas. Algunos sonreían pero con una sonrisa acompañada de gestos tales que se podía pensar que a San Luis se le habría llenado de colores el rostro de vergüenza al oír lo que allí decían. Y aun entre los que jugaban, algunos estaban tan desganados que demostraban claramente que no encontraban gusto alguno en aquel recreo.
Y el antiguo alumno me dijo: – ¿Ve este recreo? ¡Qué diferencia con aquellos que teníamos nosotros! – Oh sí que lo veo – respondí suspirando con tristeza – ¡Qué desgana en este recreo! Y el personaje continuó diciendo: – y de ahí proviene después el desgano de muchos para acercarse a los Santos Sacramentos, el descuido en las prácticas de piedad en el tempo y en otros sitios. De ahí viene que están de mala gana en el colegio donde la Divina Providencia de Dios les concede tantos bienes espirituales e intelectuales. De aquí proviene que a muchos no les llame la atención la vocación al apostolado. De aquí también la ingratitud hacia los superiores, y los secretos y las murmuraciones con todas las malas consecuencias que todo esto les traerá.
– Comprendo – respondí – ¿pero cómo animar a nuestros jóvenes para que vuelvan a la antigua alegría y a la sana expansión? – Con la caridad.
– ¿Con la caridad? ¿Pero es que mis jóvenes no son bastante amados? Tú sabes cuánto los amo. Tú sabes cuánto he sufrido por ellos y cuánto he aguantado durante 40 años y cuántos sacrificios tengo que padecer en la actualidad por hacerles el bien. Cuántos trabajos, cuántas humillaciones, cuántas contrariedades, cuántas persecuciones para conseguirles alimentación, habitación y estudio, buenos maestros y especialmente para buscar la salvación de su alma. He hecho todo cuanto he podido y todo cuanto he sabido, porque ellos son el gran afecto y amor de toda mi vida.
– No me refiero a usted.
– ¿De quién hablas entonces? ¿De los que me reemplazan? ¿De los asistentes?, ¿de los directores?, ¿de los profesores? ¿No ves cómo son mártires del estudio y del trabajo?, ¿no ves cómo gastan su vida y su salud y su juventud a favor de esos jóvenes que son como una herencia que la Divina Providencia nos dejó para que cuidáramos? – Eso lo veo y lo siento. Pero no basta. Falta lo mejor.
– ¿Qué falta entonces? – Falta que los jóvenes no solamente sean amados, sino que se den cuenta de que en verdad los aman.
– ¿Pero es que no tienen ojos en la cara?, ¿es que no tienen inteligencia para comprender?, ¿es que no ven que todo cuanto se hace es por amor a ellos? – No. Se lo repito, no basta con eso.
– ¿Pero entonces qué es lo que se necesita? – Se necesita que sean amados en las cosas que a ellos les agradan; que se participe en sus inclinaciones y gustos infantiles, u así ellos verán también el amor en muchas cosas que a ellos les agradan poco, como son la disciplina, el estudio, el dominio de sí mismos, la mortificación y que aprendan a obrar con generosidad y con amor.
– Por favor explíquese mejor.
– Mire, mire ese recreo.
Observé y miré que eran muy pocos los sacerdotes y profesores que estaban mezclados entre los jóvenes, y mucho menos los que tomaban parte en sus juegos. Los superiores ya no eran el alma de los recreos. La mayor parte paseaban charlando entre sí, sin preocuparse de lo que hacían los alumnos; uno que otro corregía a los que se portaban mal, pero con amenazas y esto raramente. Vi que alguno que otro salesiano buscaba introducirse en un grupo de jóvenes pero los muchachos buscaban la manera de alejarse de sus maestros y superiores.
Entonces me dijo mi amigo: – ¿En los primeros tiempos del Oratorio, no estaba usted siempre en medio de los jóvenes especialmente en horas de recreo? ¿Recuerda aquellos hermosos años? Era una alegría de paraíso. Una época que recordamos siempre con emoción porque el amor lo regulaba todo y nosotros no teníamos secretos para usted.
– Es cierto. En aquellos tiempos era para mí un verdadero motivo de alegría estar entre mis muchachos, y ellos iban a porfía a acercarse a mí, y me hablaban con toda confianza y existía un verdadero deseo de escuchar mis consejos y ponerlos en práctica. Ahora en cambio las continuas audiencias, y mis muchas ocupaciones y mi deficiente salud me lo impiden.
– Bien, bien; pero si usted no puede, ¿por qué sus salesianos no se convierten en imitadores suyos? ¿Por qué no les insiste más y no les exige que traten a los jóvenes como los trataba usted? – Yo les hablo, les insisto hasta cansarme, pero muchos no están resueltos a tomarse el trabajo de tratar como tratábamos antes.
– Y así descuidando lo menos, pierden más, y este más es el fruto de sus fatigas. Dígales que amen lo que a los jóvenes agrada y así los jóvenes amarán lo que es del gusto de los superiores. Y así el trabajo de la educación será mucho más suave y llevadero. La causa de la frialdad y del desgano actual consiste en que muchos jóvenes no tienen confianza con los superiores. Antiguamente el corazón de los jóvenes estaba abierto hacia los superiores, y por eso los alumnos amaban y obedecían prontamente. Pero ahora los superiores son considerados como superiores solamente y no como hermanos, ni como padres, ni como amigos; y por lo tanto son más temidos que amados. Por eso si se quiere hacer un corazón y una sola alma, por amor a Jesús, se ha de romper esa barrera fatal que es la desconfianza y reemplazarla por una cordial confianza entre superiores y alumnos. Los que exigen la obediencia han de tratar al alumno como una madre a su hijito, y entonces sí reinarán en el colegio la paz y la alegría.
– ¿Y cómo hacer para romper esa barrera de la desconfianza? – Que se tenga familiaridad con los jóvenes, especialmente en los recreos. Sin la familiaridad no se les puede demostrar el afecto que les tenemos y sin esa demostración no se puede obtener confianza. El que quiera ser amado tiene que demostrar que en verdad ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras debilidades. Él es el maestro y el modelo de la familiaridad.
El maestro al cual sólo lo ven en el salón dando clase, es maestro y profesor y nada más. Pero si en el recreo se acerca a los jóvenes y participa con ellos, entonces sí se convierte en su hermano.
Si a un sacerdote solamente lo ven en la misa celebrando y predicando, dirán que está cumpliendo con su deber de sacerdote. Pero si lo ven en el recreo mezclado entre los jóvenes, diciéndoles una buena palabra, entonces sí se darán cuenta de que en verdad es una persona que los ama.
Recuerde cuántas conversaciones fueron efecto de una de esas palabritas que usted decía al oído de los jovencitos mientras se divertían en el recreo. Si el joven se da cuenta de que el educador en verdad lo ama, le devolverá también su amor. Y el educador que es amado lo consigue todo de sus educandos. Y los que sienten confianza hacia el superior le dan a conocer lo que necesitan y hasta le cuentan sus defectos para que les ayude a corregirlos.
El amor hacia los discípulos hace que el educador sea capaz de soportar las fatigas, los disgustos, las ingratitudes, las faltas de disciplinas, las ligerezas, las negligencias de los jóvenes. Jesucristo cuando veía una caña medio rota no la acababa de romper y cuando veía una lámpara apagándose no la acababa de apagar. Él es el verdadero modelo de todo educador.
Si se trabaja con verdadero amor a los jóvenes no habrá entonces quien obre por lucirse y por darle gusto a su orgullo, ni quien castigue por vengar su amor propio ofendido. No habrá quien se retire del apostolado de educar por temor a que otros tengan más éxitos que él. Si en verdad se ama no habrá quien se dedique a murmurar contra los otros educadores para ser amado y estimado él por los jóvenes con exclusión de los demás superiores. Quien esto hiciera no cosechará sino desprecios e hipócritas zalamerías.
Si se ama verdaderamente a los educandos no sucederá que el educador se deje robar el corazón por una criatura y que para preferir a ésta descuide a los demás jovencitos; ni sucederá que por amor a la propia comodidad dejen los educadores de asistir y acompañar a los jóvenes en los recreos; ni acaecerá tampoco que por respeto humano y por obtener una falsa popularidad dejen de llamarle la atención a quien comete faltas.
Si lo que se tiene es una amor efectivo y verdadero, el educador no buscara sino únicamente la gloria de Dios y el bien de las almas. Cuando empieza a debilitarse este amor es cuando las cosas no empiezan a marchar bien.
¿Por qué se quiere reemplazar la caridad y el amor fraterno por la frialdad de un reglamento? ¿Por qué los educadores dejan de cumplir aquellos detalles educativos que Don Bosco les ha recomendado? ¿Por qué al sistema de prevenir para que no cometan faltas y de vigilar y de corregir amablemente los desordenes, se le quiere reemplazar por aquel otro más cómodo para el que manda, que consiste en promulgar la ley y después hacerla cumplir a base de castigos que llenan de antipatías el corazón del educando y le causan disgustos? ¿O por el otro peor de descuidar el hacer cumplir los reglamentos y así atraer el desprecio hacia los superiores y acarrear desordenes gravísimos? Y todos estos males suceden si falta la familiaridad, el trato amable entre educadores y educandos. Si se desea que en el Colegio reine una felicidad como la que había antiguamente es necesario que los que estén de superiores sean todo para todos, siempre dispuestos a escuchar toda duda u observación de los muchachos; todo ojos para vigilar paternalmente y así prevenir desórdenes y males; todo corazón para buscar el bien espiritual de los alumnos y el bienestar material de estás personitas que la Divina Providencia les ha confiado.
Si así se obra, entonces los corazones no permanecerán cerrados y no se ocultarán ciertas cosas que llevan la muerte espiritual a las almas. Solo en caso de inmoralidad sean los superiores inflexibles. Es mejor correr el peligro de alejar de la casa a un inocente que hacer que permanezca en ella uno que da escándalo y mal ejemplo. Los educadores consideren como gravísimo deber de conciencia el referir al superior todo aquello que pueda constituir ofensa de Dios.
Y añadió mi amigo: – El mejor plato en una comida es la buena cara.
Yo continué mirando el lánguido recreo y sentí una tristeza tan grande que… me desperté.
Segunda parte.
A la noche siguiente se me apareció de nuevo en sueños mi antiguo amigo y me dijo: – Dígales a los jóvenes que reconozcan con gratitud todos los sacrificios que hacen por ellos sus profesores y superiores. Que recuerden que la humildad es fuente de tranquilidad. Que soporten con paciencia los defectos de los demás, pues la perfección no se encuentra en este mundo, sino solamente en el paraíso. Que dejen de murmurar y de criticar pues la murmuración y la crítica apagan mucho la caridad y enfrían los corazones. Y sobre todo que procuren vivir en gracia de Dios, en amistad con Dios, sin pecado mortal en el alma. Quien no vive en paz con Dios no puede tener paz consigo mismo ni con los demás.
– ¿Pero es que entre nuestros alumnos hay bastantes que no están en paz con Dios? – Sí, esa es la causa principal del malestar reinante y a la que hay que ponerle remedio. Solo desconfía quien tiene secretos que ocultar, quien teme que sus secretos sean descubiertos y le traigan una gran vergüenza. Además si el corazón no está en paz con Dios, vive angustiado, inquieto, rebelde a la obediencia, se encoleriza y se irrita por nada, le parece que todo marcha mal, y como él no ama, se imagina que los superiores tampoco lo aman.
– Pero en nuestro colegio hay bastantes confesiones y comuniones.
– Sí, pero muchos se confiesan sin hacer ningún propósito serio de enmendarse. Se confiesan, pero siempre de las mismas faltas, sin hacer progreso alguno. Se exponen siempre a las mismas ocasiones de pecar. Siguen más desobediencias, con el mismo descuido en el cumplimiento de sus deberes, y continúan así por meses y meses, y algunos hasta que terminan sus estudios.
– ¿Y son muchos los que no sacan ningún provecho de sus confesiones? – Afortunadamente no son muchos – y me los mostró -. Yo vi entonces cosas muy desagradables que no escribo aquí pero que las diré a los interesados cuando esté de vuelta allá en el colegio. Por ahora es tiempo de rezar para lograr volverse mejores, y esforzarse por llegar a ser como Domingo Savio y tantos otros jóvenes Santos que han pasado por nuestros colegios.
– ¿Y qué otro buen consejo habrá que enviar a mis discípulos? – Predíqueles y recomiéndeles a todos, mayores y pequeños, que recuerden siempre que son Hijos de María Santísima Auxiliadora. Que Ella los ha reunido en nuestros colegios para librarlos de los peligros del mundo, para que se amen como buenos hermanos, y para que le den gloria a Dios y a la Virgen María con su buena conducta. Que no se olviden que la Virgen Santísima intercede para conseguirles alimento, vestido y estudio y que Ella obra infinitos portentos en favor de sus devotos y obtiene de Dios innumerables gracias y favores. Que con el Auxilio de la Virgen María, cuya fiesta celebraremos ahora en mayo, podemos hacer caer la barrera de la desconfianza que el demonio ha levantado entre los jóvenes y los superiores, barrera que aprovecha el enemigo para llevar ruina a las almas.
– Y dígales que mayores y pequeños deben estar todos dispuestos a sufrir alguna pequeña mortificación por amor a María y esforzarse por poner en práctica todos estos mensajes tan importantes.
– En aquel momento vi que algunos de nuestros jóvenes marchaban hacia la perdición eterna y sentí tal angustia que… me desperté.
Concluyó: ¿Qué es lo que desea este pobre anciano que ha desgastado toda su vida por el bien de la juventud? Que vuelvan otra vez los días felices en los que había afecto y confianza entre superiores y alumnos; los días en que había condescendencia y se toleraban los defectos de los demás, y todo por amor a Jesucristo. Los días en que había caridad y alegría en todos. Les aseguro delante de Dios que basta que un joven entre a uno de nuestros colegios, a una Casa Salesiana, para que la Santísima Virgen lo tome enseguida bajo su Celestial protección.
Pongámonos todos de acuerdo: la caridad de los que mandan.
La caridad de los que tienen que obedecer, hagan reinar entre nosotros el espíritu del amable San Francisco de Sales.
Se acerca el tiempo en el que me tendré que separar de mis queridos discípulos (al llegar a este punto Don Bosco dejó de dictar y empezó a llorar de emoción. Poco después siguió dictando). Mi mayor deseo es que cuando emprenda mi viaje a la eternidad los deje a todos viajando por el camino que Nuestro Señor quiere que cada uno siga. La próxima fiesta de María Auxiliadora que celebraremos dentro de unos días (la cual deseo que los superiores la celebren y los alumnos, muy solemne y alegre, también en el comedor), que esa hermosa fiesta sea como la preparación de la Fiesta Eterna que celebraremos todos juntos un día en el paraíso.
Roma 10 de mayo de 1884. Afmo. Juan Bosco.
Explicaciones: Esta carta ha sido considerada por los salesianos como un verdadero tesoro de pedagogía. Junto con el tratadito llamado: “El sistema preventivo” y con el “Reglamento para las casas”; son los tres escritos de pedagogía más importantes y famosos que escribió nuestro Santo. Contienen enseñanzas sencillas y muy prácticas que si se cumplen, convierten los colegios en verdaderas familias donde reinan la alegría, la caridad y la paz. Esto lo han experimentado los salesianos en muchos países del mundo por más de cien años.
A quienes se dedican a la educación les haría mucho bien leer siquiera cada año esta carta y este sueño y sus maravillosas enseñanzas.