131. El sueño de la inocencia 1884 (MB. 17,625).
Me pareció que estaba en un bellísimo jardín lleno de hermosísimas flores e iluminado por una luz más bella que la del sol.
Aquello parecía el paraíso.
En la entrada del jardín se leía una frase de la Sagrada Escritura: “Dichosos los que con un corazón puro caminan en la Ley del Señor”.
Y en la mitad del campo había un estandarte con esta frase del Evangelio: “Hijo mío: tú siempre has estado conmigo, y todos mis bienes son tuyos” (S. Lucas 15).
Y en el jardín había dos jovencitas de unos doce años cada una, vestidas con una túnica blanquísima que les llegaba hasta los pies, y con un rostro de que demostraba una gran pureza y una enorme bondad. Estaban adornadas con rosas, azucenas y margaritas blancas, tan blancas y hermosas como no se puede uno imaginar mayor blancura.
Las dos empezaron entre sí el siguiente diálogo: la una decía una frase y la otra añadía la siguiente: – ¿Qué es la inocencia? Es el estado afortunado de quien tiene la gracia santificante en su alma y la conserva mediante el exacto cumplimiento de las leyes de Dios.
– Conservar la inocencia y la pureza es fuente y origen de toda ciencia y de toda virtud.
– Qué tan brillo, qué gloria, qué excelente virtud se consigue al vivir con el alma libre de pecados, entre gente mala y malvada, y saber conservar la inocencia y la pureza de las costumbres.
Una de ellas se puso de pie y recitó el Salmo 1: “Dichoso el que no sigue los consejos de los malos, ni se va por el mal camino de los pecadores, ni asiste a las reuniones de los desvergonzados, sino que su gozo es la ley del Señor y en ella medita noche y día. Será como un árbol plantado junto a una fuente de agua: da fruto a su tiempo, y no se marchitan sus hojas, y todo cuando emprende tiene un buen fin”. Y diciendo esto señalaba los hermosos árboles del jardín, todos llenos de agradables frutos.
La otra joven añadió: – De quien vive con el alma en gracia de Dios se pueden repetir las palabras del Cantar de los Cantares: “Es como un lirio entre espinas”; y puede decir a su Dios: “Mi amado para mí y yo para mi amado, pues el Señor vive entre lirios”. Y diciendo esto señalaba una gran cantidad de lirios blanquísimos que adornaban aquel jardín.
Su compañera añadió aquellas palabras del Libro del Eclesiástico: “Dichoso el que sea hallado sin culpa. ¿Quién será y lo felicitaremos? Pudo pecar y no pecó. Pudo hacer el mal y no lo hizo. Por eso su buena conducta será recordada por muy largo tiempo”.
– ¿Quién podrá describir la belleza de un alma en gracia de Dios y sin pecado? Resplandece llena de hermosura, camina velozmente hacia el Cielo; en ella vive como en un Sagrario el Espíritu Santo; brilla con mayor luz que el mismo sol; el Cielo está abierto esperándola; es admirada por los ángeles y los Santos que le esperan en el paraíso: Dios le señala la corona de la gloria que le tiene destinada y prepara para ella todos los tesoros de la eternidad”.
– Oh si los jóvenes conocieran el inmenso valor que tiene el vivir con el alma en gracia de Dios y sin pecado. Cómo se esmerarían para cuidarse de todo pecado. Pero desafortunadamente no se dan cuenta de su valor y pierden fácilmente la gracia o amistad con Dios.
– La gracia de Dios, el vivir con el alma libre de pecado, es como un tesoro precioso que se lleva en un vaso muy frágil, que fácilmente se rompe y el tesoro se derrama por el suelo y se pierde.
– El alma en gracia es como un espejo que refleja la imagen de Dios. Pero ese espejo se empaña fácilmente con el pecado.
– El alma en gracia es como un lirio, como una blanca azucena, pero ese lirio al ser tratado por manos poco delicadas se marchita y pierde su belleza.
– El alma en gracia es como un blanco vestido de seda. Pero basta una mancha para hacerle perder su belleza. Por eso hay que proceder con mucha precaución y gran cuidado.
– Basta un pecado grave, un pecado aceptado y consentido para quitarle al alma la belleza de la gracia de Dios.
– Qué desgracia tan grande cuando una persona pierde la vida de la gracia por un pecado grave. Dios se aleja. La Virgen Santísima y el ángel de la guarda se alejan también. El camino que le llevaba al Cielo se convierte en vía que lleva a la condenación. Las promesas y favores del Cielo se cambian en amenazas y castigos por parte de la Justicia Divina. Satanás se le convierte en su jefe y puede decirle: “Te he vencido. Ahora me perteneces”, y su alegría se convierte en tristeza.
– Afortunadamente el que ha pecado puede levantarse, porque la misericordia de Dios es infinita. Si el pecador se arrepiente y propone empezar a ser mejor y si hace una buena confesión, puede recobrar otra vez la amistad con Nuestro Señor.
– Pero al que peca le quedan las malas inclinaciones hacia el pecado. Después de cada pecado se sentirá más débil en los combates espirituales y más inclinado al mal. Y el remordimiento puede seguir atormentándolo.
– Oh qué delito tan tremendo cometen los que enseñan el mal a los niños y los que enseñan el mal a los que no lo saben. A quien le quita la inocencia a un niño le dice Jesús: “Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeñuelos: más valiera que le colgaran una gran piedra al cuello y lo echaran al fondo del mar”. Ay del mundo a causa de los escándalos.
Siempre habrá escándalos, pero pobres de aquellos que escandalizan a los demás. “Tengan mucho cuidado para no ir a escandalizar jamás a uno de estos pequeñuelos, porque sus ángeles ven continuamente el rostro de mi Padre Celestial”.
(Lc. 17,2).
Y las dos jovencitas siguieron paseando por el jardín y dialogando: – Es un gran error de los jóvenes imaginarse que la penitencia y las mortificaciones y sacrificios son cosas que sólo deben practicar los grandes pecadores. Si San Luis Gonzaga no hubiera hecho penitencias y sacrificios habría caído en pecados mortales. Esto hay que repetírselo a los jóvenes. Si hicieran sacrificios serian muchos más los que lograrían conservarse sin pecado.
– Ya lo dijo el apóstol: “Tenemos que llevar en nuestro cuerpo la mortificación de Cristo, a fin de que las maravillas de Jesús se manifiesten en nosotros”.
Jesús tan Santo y tan puro, y cuántos sacrificios y mortificaciones hizo. Y lo mismo la Virgen Santísima y los Santos. Y esto es una lección y un ejemplo para nuestros jóvenes.
– San Pablo decía: “Si viven dándole gusto a los deseos de la carne morirán. Pero si con el espíritu dominan las pasiones de la carne, vivirán”. (Rom. 8,13). Por lo tanto quien no hace sacrificios y mortificaciones no será capaz de mantenerse sin cometer pecados graves. Y sin embargo muchos quieren mantenerse sin pecado pero viviendo sin hacer penitencias ni sacrificios.
– Es una tontería ese proceder. El Libro de la Sabiduría dice: “La seducción lleva al alma a la maldad y la concupiscencia pervierte el alma inocente”. Con lo cual se quiere decir que la gracia de Dios en el alma tiene dos enemigos: las personas malas y las pasiones que uno mismo siente.
Por eso dice el mismo Libro de la Sabiduría que para muchos es una verdadera suerte que la muerte les llegue cuando aun están muy jóvenes: “Por que agradó al Señor fue preferido por Él y porque vivía entre pecadores fue llevado a otro sitio”.
Y añade el Libro Santo: “Habiendo muerto a edad todavía muy corta, sin embargo logró recorrer un largo camino de santidad. Porque Dios amaba su alma lo sacó de en medio de este mundo tan lleno de maldad. Fue llevado para que la malicia no dañara su espíritu y para la atracción hacia el mal no llevara su alma al error”. (Sab. Cap. 4).
– Los jóvenes necesitan espíritu de sacrificio para vencer la pereza y el desgano que sienten hacia la oración. Y que no olviden que todo el que pide recibe.
Necesitan espíritu de sacrificio para ser capaces de obedecer a los superiores. Mortificación para dominar su orgullo, pues “Dios humilla a los orgullosos, pero eleva a los humildes”.
Necesitan mortificación para saber decir siempre la verdad y para atreverse a pedir consejos a los que saben.
Necesitan mortificar su corazón: amando a todos con caridad, pero, apartándose de aquellos que ponen en peligro su castidad. Ya lo dijo Jesús: “Si algo es para ti tan importante como un ojo, o un pie o una mano pero te hace pecar, córtalo y échalo fuera, porque es preferible entrar al Reino de Dios tuerto o manco, y no tener que se echado al fuego del infierno con los dos ojos y los dos pies y ambas manos” (Madre Celestial. 9,43 [??¿]).
Que se mortifiquen aceptando que se burlen de ellos por ser creyentes. Jesús decía: “Si alguno se declara a mi favor delante de la gente de este mundo yo me declaré en su favor ante mi Padre Celestial. Pero si alguno se avergüenza de mí ante la gente de esta tierra, yo me avergonzaré de él delante de los ángeles del Cielo” (S. Mateo 10,32).
Es necesario que cada uno se mortifique en sus ojos: cuidando al mirar y al leer. Apartar la vista de toda imagen, de toda lectura que sea un peligro para la castidad (Jesús decía: “Las ventanas y las lámparas del alma son sus ojos. Pero si tus ojos se vuelven impuros, toda tu persona se vuelve impura” (S. Mt. 6,22). El profeta Job dejó un propósito que es esencial: “Hice un pacto con mis ojos para no mirar la belleza de una persona joven” (Jb. 31,1). Y el Salmo recomienda: “cuida tus ojos para que no vean la vanidad, lo que no te conviene mirar”.
Mortificarse en el oír y el escuchar. Cuidado para no escuchar malas conversaciones, o palabras contra otras personas, o conversaciones contra la religión. (El libro de los Proverbios aconseja que cuando oigamos algo de eso pongamos un rostro tan triste como el que va a llorar). El Libro del Eclesiástico aconseja: “Colócale una cerca de espinas a tus oídos para que no escuchen lo que no te hace bien escuchar. Trata de no escuchar nunca la lengua que habla de cosas malas”.
Mortificarse en el hablar, para no decir cosas vanas.
Repetir lo que dice el Libro Sagrado: “Señor, coloca un candado a mis labios y un freno a mi lengua para que no se desvíen hacia el mal”. Cuidado: que los enemigos del alma no nos derroten por medio del mal uso de la lengua.
(Dijo Jesús: “De toda palabra dañosa que diga una persona tendrá que dar cuenta a Dios en el día del juicio…
Por tus palabras te salvarás, o por tus palabras te condenarás”).
Mortificarse en el comer y en el beber. La gula en el comer o en el beber han sido causas de terribles males espirituales para muchísimas personas. (San Pablo decía: “Domino mi cuerpo, no sea que enseñando a otros el camino para ir al Cielo, yo me quede a mitad del camino”).
Mortificarse aceptando los sufrimientos de cada día. Tal como Nuestro Señor ha permitido que sucedan. (”Por unos cortos ratos de sufrimiento en esta tierra nos ganamos una inmensa cantidad de gozo en el Cielo”, decía San Pablo). Recordemos que la primera condición que Jesús puso para seguirle y ser sus discípulos es la de mortificarse a sí mismos: “Si alguno quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo” (S. Lc. 9,23).
– Dios mismo que es tan bondadoso permite que sus amigos sufran muchas penalidades. (Al Hijo que más quiere, más lo hace sufrir, dice el Libro de los Proverbios). Así sucedió con el Santo Job, con José en Egipto, con Tobías y otros Santos. A Tobit le dijo el ángel San Rafael: “Porque eras aceptable a Dios por eso era necesario que fueras purificado con los sufrimientos”. (Tobit 12, 13)
Los que desean conservarse en gracia de Dios necesitan recibir frecuentemente la Sagrada Comunión que es el Pan que vuelve fuertes a las personas. De quien comulga fervorosamente se podrán repetir aquellas palabras del Salmo 23: “Me preparaste una mesa frente a mis adversarios”, y aquellas otras del bello Salmo 91: “Caerán a tu derecha cien y a tu izquierda mil, pero a ti el enemigo no te podrá hacer mal”.
Que quien desea vivir sin pecado en el alma recuerde que la Santísima Virgen es su Madre. Ella le dice las palabras de la Sabiduría: “Yo soy la Madre del amor y del temor de desagradar a Dios, la Madre de la santa esperanza y del verdadero conocimiento. Yo amo a los que me aman. Los que me honran poseerán la Vida Eterna. Soy terrible para los enemigos del alma como un ejercito en orden de batalla”.
Las dos jóvenes se levantaron y empezaron a subir una pendiente y una de ellas repitió aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “La salvación y la santificación de los justos viene del Señor. Él es su protector en tiempos de angustia y tribulaciones.
El Señor los ayudará y los librará. Los librará de las manos de los pecadores y los salvará porque esperaron de Él”.
La otra respondió: – Sí, el conservarse sin pecado y además hacer penitencia, esto es lo más alto en la virtud.
La otra añadió: – Oh, cuán agradable es la gente que conserva su alma sin pecado. Su recuerdo será inmortal y agradable ante los ojos de Dios, y admirable ante los ojos de las gentes de esta tierra. Muchos los imitan cuando están presentes y los recuerdan con veneración o cuando ya se han ido para el Cielo. Y en la eternidad recibirán corona de gloria, después de vencer en los combates por conservar la castidad. ¡Qué gozo, qué gloria, qué triunfo, poder presentarse ante Dios con el alma sin pecados graves, después de tantos combates! Luego vi aparecer una inmensa legión de ángeles que cantaban aquellas palabras del apóstol San Pablo: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo, por cuanto nos ha elegido en Él antes de la creación del mundo, para ser Santos e inmaculados en su presencia, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Efesios 1,3).
Entonces un inmenso coro de espíritus celestiales entonó con voces bellísimas las siguientes frases de la carta de San Judas Tadeo: “Al que es poderoso y os puede conservar sin pecado y os puede presentar ante su presencia sin mancha y llenos de alegría, al Dios Único, Nuestro Salvador, por medio de Jesucristo Nuestro Señor, gloria, majestad, fortaleza y poderío, como era en un principio por los siglos de los siglos”. Amen.
Y al terminar tan bello canto… me desperté.