138. Un oratorio para niñas 1885 (MB. 17,418).
El 17 de julio soñé que salía a la calle con mi Mamá Margarita, y con mi hermano José, y que entrábamos a una Iglesia a rezar. Luego llegamos a la gran plaza llamada Víctor Manuel y allí había un numeroso grupo de niñas jugando. Entonces un personaje me dijo: – Por aquí debe fundar un Oratorio o Colegio para las niñas pobres.
– Perdone – le dije – pero esto no me es posible, porque ya tenemos muchos Oratorios y no hay el personal suficiente para fundar otros nuevos.
El personaje añadió: – Pero aquí se necesita un Oratorio o colegio para niñas pobres.
Y en aquel momento todas aquellas niñas dejaron sus juegos y acercándose a mí empezaron a decirme suplicantes: – Oh Don Bosco: recíbanos en su Oratorio. Estamos desprotegidas en lo espiritual y el enemigo de las almas nos puede hacer muchísimo mal. ¡Por favor: socórranos! Abra para nosotros un Colegio y Oratorio donde nos instruyan y nos salven.
Yo les dije: – Recen al Señor y Él se encargará de ayudar en esto.
– Sí, rezaremos, rezaremos. Pero ayúdenos. Llévenos también a nosotras a cobijarnos bajo el manto de María Auxiliadora.
Nota: No es ésta la primera vez que Don Bosco siente que las niñas le piden que funde obras y casas religiosas para protegerlas e instruirlas en la religión. El mismo Sumo Pontífice Pío IX cuando le aconsejó que fundara una comunidad de religiosas para instruir a la juventud femenina le dijo: “¡También por las niñas murió Jesús!”. Recuerde que ellas son más inclinadas a la piedad y que instruyéndolas en la religión se pueden conseguir grandes progresos espirituales.
Como el colegio para niñas pobres que le fue pedido en este sueño, las religiosas salesianas, las Hijas de María Auxiliadora tienen ahora 1,300 colegios para educar a las niñas en 75 países. Y María Auxiliadora las protege admirablemente.
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139. Trabajo, trabajo, trabajo 1885 (MB. 17,331).
En el mes de septiembre (1885) soñé que viajaba había Castelnuovo y que por el camino se me acercaba un venerable anciano el cual me decía: – ¡Trabajo, trabajo, trabajo! Este debe ser el objetivo y la gloria de un sacerdote. No desanimarse nunca en el trabajo y no dejar de trabajar. ¡Cuántas almas se salvarían su los sacerdotes trabajaran más! ¡Cuántas cosas se haría para gloria de Dios! ¡Oh, si el misionero cumpliera de verdad con sus deberes de misionero y si el párroco se dedicara con toda el alma a cumplir sus deberes de párroco! ¡Qué prodigios de santidad se verían por todas partes! Pero desafortunadamente muchos tienen miedo al trabajo y prefieren dedicarse a una vida comodona y descansada.
Yo le dije que era una verdadera lástima la escasez de sacerdotes y él me dijo: – Es cierto que hay escasez de sacerdotes, pero si cada sacerdote cumpliera exactamente con sus propios deberes, casi serian suficientes los que hay. ¡Cuántos sacerdotes hay que hacen muy poco de lo que les obliga en conciencia hacer como sacerdotes! Algunos se quedan solamente atendiendo a su familia. Otros por timidez permanecen ociosos. Mientras que si dedicaran a confesar, a enseñar catequesis, a propagar la religión, llenaría un gran vacío, que hay en el campo de la Iglesia. Dios proporciona las vocaciones según las necesidades que se van presentando en la Iglesia. Cuando el gobierno puso obligatorio el servicio militar para los seminaristas, muchos pesimistas creyeron que las vocaciones se iban a acabar, y entonces fue cuando más aumentaron.
– ¿Y qué habrá que hacer para conseguir más vocaciones? – le pregunté.
– Ante todo que se cultive y se conserve entre los jóvenes la moralidad, la pureza. La moralidad es como un semillero del cual nacen muchas vocaciones.
– Y cada sacerdote ¿qué será lo que tiene que hacer para que su propia vocación produzca más frutos espirituales? – Ante todo lo que dice San Pablo: “Que cada uno aprenda a gobernar y santificar muy bien su casa” (1 Tim. 5,8). Que cada cual sea ejemplo de santidad en el sitio donde trabaja y para las personas con las cuales trata. Que se cuiden mucho para no dejarse dominar por la gula en el comer o en el beber, y que no se dediquen con demasiado afán a las cosas materiales. Que cada uno sea ante todo modelo de santidad para los que viven cerca de él. Después ya lo será para los demás.
El venerable sacerdote se despidió de mí y… yo me desperté.