29 Aug

140. Sueño acerca de la muerte de un seminarista y un alumno, 1885 (MB. 17,434).

El 21 de octubre de 1885 murió santamente en el Oratorio el seminarista salesiano Francisco O’Donellan. La noche siguiente tuvo Don Bosco el siguiente sueño: Fui a acostarme con el pensamiento de la muerte del clérigo O’Donellan y sentía deseo de saber qué destino habría tenido en la eternidad. Y empecé a soñar.
Vi a O’Donellan tan hermoso y resplandeciente que parecía un ángel. Y al lado mío caminaba un joven alumno nuestro, con la cabeza muy agachada y con apariencia de estar desesperado y muy triste.
Llegamos luego a un palacio de una hermosura extraordinaria y allí estaba una señora que resplandecía en medio de un multitud de rayos de colores. La rodeaba un inmenso grupo de ángeles. La señora dijo con voz muy amable al recibir a nuestro clérigo: – He aquí mi hijo muy amado, que brillara como el sol por toda la eternidad.
Y el clérigo O’Donellan entró gozoso en aquel gran palacio.
Luego vi que aparecían dos fieras horrendas las cuales se lanzaron contra el joven triste que estaba allí cerca, para destrozarlo en pocos momentos.
Yo quise defender al pobre joven que gritaba pidiendo auxilio; y me lance contra las terribles fieras, pero se volvieron contra mí y al ver sus afilados dientes sentí tan grande miedo que… me desperté.
Nota: El secretario de Don Bosco que dormía en la pieza cercana, al oír sus gritos pidiendo auxilio entró a su habitación y lo encontró muy asustado.
La narración de este sueño a los alumnos les causó gran conmoción. Esa misma mañana los que aun no se habían confesado hicieron una buena confesión. Todos, menos uno, que se llamaba Arquímedes Accornero. Al fin el Padre Francesia lo convenció de que subiera a la habitación de Don Bosco y se confesara con el Santo. Pero había allí bastantes aguardando turno y el muchacho no quiso aguardar y no se confesó tampoco esa noche. Afortunadamente al día siguiente el Santo sacerdote Esteban Trione al saber que tampoco se había confesado y que el año anterior había tenido muy mala conducta, tanto que los superiores habían pensado que no volviera más al colegio, y que ese año aceptado a base de ruegos, también llevaba una conducta muy indeseable, se fue a charlar con él y de tal manera lo supo convencer que lo llevó a donde Don Bosco y consiguió que se confesara con el Santo.
Esa misma tarde el joven Accornero ayudaba a llevar un montón de catres de hierro por una escalera arriba. El montón cedió y se vino escalera abajo y lo aplastó. Quedó sin sentido y sin habla y a la medianoche ya estaba muerto.
La mamá al saber la muerte de su hijo (que estaba en 7o. grado de bachillerato) lo primero que preguntó fue esto: “¿Se suicidó?”. Hasta ante la misma mamá tenía fama de triste y malgeniado. Afortunadamente Don Bosco se había interesado mucho por él y logro que lo convencieran para que se confesara. Y muy a tiempo que lo hizo.
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141. El congreso de los diablos, 1885 (MB. 17,333).

Soñé que estaba en una gran sala donde muchos diablos celebraban un congreso para encontrar los medios con los cuales lograr acabar y destruir a la comunidad salesiana (y a cualquiera otra asociación religiosa).
Un diablo propuso: – Para destruir esta asociación religiosa lo mejor será la GULA. Ella trae desgano para hacer el bien, corrupción de costumbres, maslos ejemplos, falta de espíritu de sacrificio, descuido de los deberes del apostolado…
Pero otro diablo respondió: – Este medio no sirve para la mayoría, porque la comida de los religiosos es bastante sobria y las bebidas alcohólicas son escasas entre ellos. Sus reglamentos mandan que la alimentación sea ordinaria y los superiores vigilan para que no haya exceso en esto. Y el que se excede en el comer y en el beber no sólo produce escándalo entre los demás sino que se atrae el desprecio de los otros. Yo propongo más bien, como medio para acabar con la Congregación al inspirarles un gran AMOR POR LAS RIQUEZAS.
Y añadió:- Es que cuando en una asociación religiosa entra el amor a las riquezas, llega también el amor por las comodidades, y el deseo de tener cada uno su propio dinero para gastarlo en lo que se le antoje, y los religiosos empiezan ya a no pensar con caridad en los demás, sino con egoísmo, cada uno en sí mismo. Y el amor al dinero lleva a los religiosos a dedicarse a los ricos que pueden pagar altas cuotas, y se van olvidando de los pobres.
Aquel demonio quería continuar hablando pero le interrumpió un tercero que dijo: – ¡Qué gula, ni qué amor a las riquezas! Estos religiosos son bastante pobres y bastante sobrios. Además se dedican a atender gentes tan necesitadas, que cualquier cantidad de dinero que les llegue, apenas sí les alcanzará para ayudar a tantos pobres que vienen a pedir su ayuda. Yo en cambio propongo como medio para acabar con su comunidad el incitarles a una EXAGERADA LIBERTAD. Convencerlos de que no es necesario obedecer a los reglamentos de su Congregación. Que hay que rechazar ciertas preocupaciones poco brillantes que se les encomiendan. Que hay que producir movimientos contra sus superiores. Que se puede ir siempre a hacer visitas sin pedir permiso a nadie. Que pueden aceptar toda clase de invitaciones y aprovechar esas ocasiones para salir de casa… y otras cosas semejantes.
Entonces se adelantó un cuarto demonio y exclamó: – Esos medios que han propuesto resultan bastante inútiles, porque los superiores los pueden despedir a los rebeldes. Es verdad que algunos se dejarán deslumbrar por el deseo de tener una exagerada libertad, pero ya verán que la mayor parte de estos religiosos se mantendrán fieles al cumplimiento de su deber. Yo les propongo un medio cuya peligrosidad que estos hombres no serán capaces de descubrir tan fácilmente. Consiste en CONVENCERLOS DE QUE LO MÁS IMPORTANTE ES LLEGAR A SER MUY INSTRUIDOS, que su principal gloria será el lograr ser personas de mucha ciencia. Y para eso hay que convencerlos de que estudien mucho para adquirir fama, y no para lograr hacer gran bien a las almas o para ser más Santos. Que se instruyan para provecho propio y no para provecho del prójimo que necesita de su apostolado. Hay que llevarlos a que desprecien a los que no son muy instruidos y que les interese la ciencia solamente, y no el ejercer el ministerio sacerdotal y el apostolado que tiene que hacer un buen religioso. Que no les guste enseñar catecismo a los niños, ni dar clases a los pobres, ni pasar largas horas en el confesionario. Que se dediquen solamente a predicaciones en las cuales puedan lucir todo su orgullo y conseguir alabanzas de las personas humanas, pero no a las sencillas predicaciones en las cuales ayuden en verdad a la salvación de las almas.
Esta proposición fue recibida con grandes aplausos por todos los diablos. Y yo me puse a pensar con tristeza que a nuestra Congregación (y a muchas otras) puede llegar al terrible peligro de que algunos crean que lo verdaderamente importante es ser muy instruidos y adquirir fama de brillantes ante los demás, y mientras tanto descuiden sus deberes de sacerdotes y de religiosos, esos deberes sencillos y humildes de enseñar catecismo, de confesar, de predicar de manera fácil al pueblo ignorante y de dedicarse a labores de apostolado que no brillan ante los ojos humanos pero que sí tienen un gran valor ante los ojos de Dios.
Y yo pensaba: ¡qué peligro tan grande el que nos puede venir: que los nuestros deseen solamente la ciencia que hincha y enorgullece y que proporciona alabanzas de la gente, y que esto los lleve a despreciar los buenos consejos de aquellos a los cuales consideran inferiores a ellos en el saber! De pronto uno de los diablos me vio escondido allá en un rincón escuchándoles y entonces todos ellos se lanzaron contra mí tratando de destrozarme. Yo empecé a gritar: ¡Auxilio! ¡Auxilio! Y… me desperté muy emocionado y muy cansado.

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