158. Remedios y peligros de la Santa pureza, 1887.
A finales de noviembre de 1887 (60 días antes de la muerte del Santo) fue a visitarlo su apreciadísimo amigo y discípulo, el Padre Lemoyne (el que después escribió 10 volúmenes de la Vida de Don Bosco, las Memorias Biográficas) y el Santo le dijo: – Anoche tuve un sueño.
– Llámele más bien una visión, le dijo el Padre Lemoyne.
– Como tú quieras. ¡Oh qué bueno es con nosotros Nuestro Señor! – ¿Y qué ha sabido en ese sueño? – Vi y oí lo que hay que decirles a los jóvenes acerca de lo que deben hacer y evitar para conservar la santa virtud de la pureza o castidad, y los graves daños y males que les llegan a los que pecan contra la virtud de la pureza. Se me dijo que muchos que comenten impurezas, mueren cuando menos lo piensan, y son castigados. Que los vicios impuros atraen muchas muertes. Y creo que estas enseñanzas acerca de la pureza y de los peligros que hay en perderla, podrán ser de gran provecho para los que desean conservarla o volverla a conseguir.
Nota: Desafortunadamente el Padre Lemoyne vio a Don Bosco muy fatigado y creyendo que no se iba a morir pronto le dijo: – Padre, lo veo cansado. Si quiere me cuenta después detalladamente lo que le dijeron en este sueño y yo lo escribiré.
Pero pocos días después ya el Santo se agravó y no se lograron saber más detalles de este sueño.
Para alguno que tenga interés en saber muchos datos y detalles de gran importancia acerca de la pureza o castidad, le recomendamos conseguir y leer el impresionante libro titulado: “La castidad, avisos para defenderla”. Su lectura puede hacer un gran bien.
159. Como un Santo voló por los aires para llevar una terrible noticia a otra nación, 1886.
En el año 1886 cuando todavía no había aviones, ni helicópteros, ni dirigibles, ni cohetes espaciales, San Juan Bosco voló una noche por los aires pasando desde Italia su patria, y por sobre el país de Francia hasta llegar a España para llevarle una espantosa noticia al director de uno de sus colegios.
Veamos cómo sucedió el asunto: En el día de fiesta de San Francisco de Sales. Aquella noche el Padre Branda, director del Colegio Salesiano de Barcelona, España, dormía tranquilamente cuando de pronto se despertó y vio frente a su cama a San Juan Bosco (que vivía centenares de kilómetros de distancia, en otro país, en Italia) el cual le dijo: – Padre Branda, levántese y venga conmigo.
La habitación había quedado iluminada con una misteriosa luz. El rostro de Don Bosco y su mirada estaban llenos de afecto paternal.
El Padre Branda se levantó y oyó que el Santo le decía: – Venga conmigo. Le haré ver cosas tremendas de las cuales no tiene ni imaginación de que estén sucediendo en esta casa.
El director tomó las llaves de los dormitorios de los alumnos internos y se fue, siguiendo a Don Bosco que subió por las escaleras y entró en un dormitorio. Allí el Santo fundador le señaló tres alumnos que aparecían con la cara terriblemente desfigurada y le dijo: – ¿Ve estos tres desdichados? Los ha corrompido un empleado de la casa. Uno que si yo no hubiera venido a avisarle, usted nunca se habría imaginado que es él. He venido porque es necesario que esta maldad secreta sea descubierta y se sepa.
Padre: Usted se fía y le tiene confianza a tal empleado, que se llama NNN. Pero ese es el asesino de las almas de estos jóvenes. Y mire en qué estado han quedado esos pobres (los muchachos aparecían con la cara deforme y descompuesta).
El Padre Branda se quedó frío. Jamás había imaginado que aquel empleado fuera capaz de cometer tales maldades.
Aparecía exteriormente como hombre bueno y era tenido en el colegio como persona de muy buena conducta. San Juan Bosco continuó diciendo: – Mándelo lejos; despáchelo enseguida fuera de la casa. No permita que permanezca en medio de los jóvenes. Porque es capaz de corromper a otros.
Salieron del dormitorio y de pronto se encontraron con el empleado corruptor. Estaba inmóvil. Con la cabeza baja, temblando y asustado como un condenado a muerte. El rostro de Don Bosco se volvió terriblemente serio y señalándolo con el dedo le dijo al Padre Branda: – ¡Este es el que corrompe a los jóvenes! Y volviéndose hacia el corruptor le dijo con voz terrorífica: – ¡Corrompido y corruptor, usted es el que le roba las almas a Nuestro Señor! ¡Usted es el que traiciona la confianza que le han dado los superiores! ¡Usted es indigno de trabajar en esta casa! Y con un tono amenazador le siguió reprochando lo terriblemente graves que eran sus pecados, y como en vez de irse a confesar y arrepentirse, se había callado y había aparecido hipócritamente como bueno durante muchos meses, siendo en realidad tan malo.
Apareció luego allí cerca un joven profesor y Don Bosco mirándolo también aunque no tan seriamente como al otro, le dijo al Director: – A este también aléjelo de la casa, porque si se queda será causa de graves pecados.
Y diciendo esto se apagó la misteriosa luz que iluminaba todas aquellas habitaciones y el Padre Branda se encontró en la mitad de su alcoba, de pues, con las llaves de los dormitorios en sus manos y muy emocionado.
Prendió una vela y vio que eran las cuatro de la madrugada. Se puso a rezar salmos de la Santa Biblia, y a las seis se fue a celebrar misa, invadido por un horror que lo hacia temblar, y oyendo en su interior una voz que le repetía: – ¡Decídase a actuar! ¡No tenga miedo a proceder! Pocos días después desde Turín, Italia, le escribía el Padre Rúa, el hombre de confianza de San Juan Bosco y le decía: – Paseándome con Don Bosco le oí decir que fue hasta allá a visitarlo, mientras usted dormía. Y me pide que le pregunte si ya cumplió lo que él le mandó.
El pobre Padre Branda estaba angustiado. No hallaba qué razones buscar para expulsar a tal empleado, al joven profesor y a los tres alumnos, pues todos aparecían ante los demás como gente de muy buena conducta.
Y una mañana al empezar la Santa Misa sintió un terror inmenso y empezó a temblar y oyó una voz que le decía: – ¡Cumpla enseguida lo que le mandó Don Bosco, o de lo contrario, ésta será la última misa que usted celebra! El Padre Director llamó enseguida al jefe de disciplina del colegio, el Padre Aime y le dijo: – Por favor, llame a los tres jóvenes, N, N y N por separado, uno por uno, y exíjales fuertemente que le digan cómo se llama el que los ha corrompido. Yo escribo aquí en una hoja sin decírselo a nadie, el nombre del que yo creo que es el corruptor.
Y usted escribe en otra hoja el nombre que ellos le digan. Trae ese nombre. Y comparamos a ver si coinciden.
El Padre Aime llamó a los tres por separado. El primero negó al principio, pero luego al saber que los superiores sabían muchos detalles, le dijo el nombre del empleado. Los otros dos señalaron también como su corruptor al tal empleado. El Padre Aime llevó el nombre escrito en un papel y el Padre Branda abrió la hoja en la cual había escrito el nombre que le había dado Don Bosco. Era el mismo, exactamente.
Entonces llamó al empleado, que desde hacia varios días estaba sufriendo una angustia espantosa. El sacerdote le dijo con voz que significaba un gran disgusto: – ¡Usted es el que está corrompiendo a nuestros alumnos! – ¿Yo? ¿Y cómo me puede decir eso?, exclamó temblando el pobre hombre.
Y arrodillándose y pidiendo misericordia añadió: – ¿Es que Don Bosco le ha escrito contándole esto? – No, no me ha escrito. Ha venido personalmente a decírmelo.
El pobre hombre empezó a llorar y a pedir que no lo expulsaran inmediatamente de la casa, sino que le dieran unas semanas de plazo para conseguir otro empleo. Dijo que lo cambiaran de oficio, pues en aquel trabajo era donde tenía más peligros. Y prometió enmendarse.
Los tres jóvenes fueron enviados definitivamente en esos días a sus familias y también el joven profesor fue despedido.
Cuando varias semanas después llegó Don Bosco a Barcelona, el Padre Branda le dijo: – Cumplí sus órdenes. Los demás ya se fueron. El empleado ha sido totalmente alejado del trato con los alumnos y espera a conseguir un nuevo empleo.
Por orden del Santo, unas semanas después se fue aquel empleado, el cual cambió totalmente de modo de comportarse, y llegó a ser excelente persona, y ya no volvió a cometer estas maldades.
El Padre Branda, el Padre Aime y el empleado mismo, narraron después a muchas personas esta impresionante historia, que a muchos debería hacer pensar muy seriamente, ya que es el cumplimiento de aquellas palabras de San Pablo: “Para todo el que hace el mal, tristeza y angustia vendrán”.
Y de aquellas otras de Nuestro Señor: “El que enseñe el mal a un pequeño, más le valiera que le colgaran una piedra al cuello y lo echaran al fondo del mar”.
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