20 Apr

16. Encuentro con el Rey Carlos Alberto 1847 (MB. 3,416).
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Soñé que estaba paseándome por una avenida por las afueras de la ciudad de Turín. De pronto se me acerco el rey Carlos Alberto y se detuvo sonriente para saludarme.
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– ¡Buenos días, Majestad! – exclamé.
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– ¿Cómo está Don Bosco? – Estoy muy bien y muy contento de encontrarme con su Majestad.
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– Si es así, ¿quiere acompañarme a dar un paseo? – ¡De mil amores! – Pues vamos.
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El rey vestía de blanco y no tenía ninguna insignia de su dignidad.
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– ¿Qué dice Usted de mí? – me preguntó.
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– Que vuestra majestad es un buen católico – le respondí.
Y él añadió: Para Usted quiero ser no solamente un buen católico, sino que quiero ser también su amigo y protector.
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Siempre me he interesado por su obra, y he deseado verla progresar. Ya Usted lo sabe. Hubiera querido ayudarle más, pero los acontecimientos no me lo han permitido.
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– Majestad: ¿me quisiera conceder un favor muy especial? – ¿Cuál sería? 
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– Le pediría que fuera el padrino, el patrono especial en nuestra fiesta de San Luis.
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– Con mucho gusto, pero comprenda Usted que esto llamaría mucho la atención, y causaría mucho alboroto. De todos modos veremos la manera de que Usted quede contento, aun sin mi presencia.
El rey desapareció y yo me desperté.
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Nota: Carlos Alberto fue rey de Saboya (norte de Italia) desde 1831 hasta 1849. En ese año en marzo, le dejó el reino a su hijo Víctor Manuel, y en julio murió. Fue siempre un benefactor del Oratorio de Don Bosco. Por varios años los cantores de Don Bosco cantaron en la catedral la Misa de Réquiem en el día de su aniversario de la muerte de Carlos Alberto.
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17. El globo de fuego 1854 (MB. 5,58).
Vi en sueños un globo de fuego luminosísimo, sobre el terreno en donde más tarde se iba a construir el Templo a María Auxiliadora. Parecía que la Virgen confirmaba con esta señal que Ella seguía deseando que allí se le construyera un Templo desde donde Ella iluminaría a muchas almas.
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18. Las 22 lunas 1854 (MB. 5,272-273) 
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“Me encontraba yo en medio de vosotros en el patio y me alegraba en mi corazón al contemplaros tan vivarachos, alegres y contentos. Quienes saltaban, quienes gritaban, otros corrían. De pronto vi que uno de vosotros salió por una puerta de la casa y comenzó a pasear entre los compañeros con una especie de turbante en la cabeza. Era el tal turbante transparente, estaba iluminado por dentro y ostentaba en el centro una hermosa luna en la que aparecía grabado el número 22. 
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Yo, admirado, procuré inmediatamente acercarme al joven en cuestión para decirle que dejase aquel disfraz carnavalesco; pero he aquí que, entre tanto, el ambiente empezó a oscurecerse y, como a toque de campana, el patio quedó desierto, yendo todos los jóvenes a reunirse en filas debajo de los pórticos. Todos reflejaban en sus rostros un gran temor y diez o doce tenían la cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por delante de todos para examinarlos y, entre ellos, descubrí al que llevaba la luna sobre la cabeza, el cual estaba más pálido que los demás; de sus hombros pendía un manto fúnebre. Me dirigí a él para preguntarle el significado de todo aquellos, cuando una mano me detuvo y vi a un desconocido de aspecto grave y noble continente, que me dijo: – Antes de acercarte a él, escúchame; todavía tiene veintidós lunas de tiempo; antes de que hayan pasado. Este joven morirá. No lo pierdas de vista y prepáralo.
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Yo quise pedir a aquel personaje alguna otra explicación sobre lo que me acababa de decir y sobre su repentina aparición, pero no logré verle más. El joven en cuestión, mis queridos hijos, me es conocido y está en medio de vosotros.
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Un vivo terror se apoderó de los oyentes, tanto más que era la primera vez que Don Bosco anunciaba en público y con cierta solemnidad la muerte de uno de los de la casa. 

El buen Padre no pudo por menos de notarlo y prosiguió: – Yo conozco al de las lunas, está en medio de vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os he dicho, se trata de un sueño y sabéis que no siempre se debe prestar fe a los sueños. De todas maneras, sea como fuera, lo cierto es que debemos estar siempre preparados, como nos lo recomienda el Divino Salvador en el Evangelio y no cometer pecados; entonces la muerte no nos causará espanto. Sed todos buenos, no ofendáis al Señor, y yo entre tanto no perderé de vista al del número 22, el de las veintidós lunas o veintidós meses, que eso quiere decir; y espero que tendrá una buena muerte”.
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Observaciones: Cuando este sueño fue narrado, estaban presentes los muchachos Cagliero, Turchi, Anfossi y los clérigos Reviglio y Buzzetti. Esta noticia asustó mucho a los alumnos y todos procuraban mantenerse en gracia de Dios. Don Bosco, de vez en cuando, preguntaba: – ¿Cuántas lunas faltan? – Veinte, dieciocho, quince… – respondían – Algunos intentaban adivinar, hacer pronósticos; pero Don Bosco guardaba silencio. El 24 de diciembre de 1854 al cumplirse las 22 lunas, murió el joven Segundo Gurgo.

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