10 Jul

35. El pañuelo de la Virgen, 1861 (MB. 6,735).
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En la noche del 14 de junio vi en sueños que un grupo de jóvenes rodeaba a la Santísima Virgen y que Ella le daba a cada uno un pañuelo. Luego subieron todos a la azotea y Nuestra Señora les dijo: – “No abran el pañuelo cuando sopla el viento. Y si el viento llega de sorpresa vuélvanse inmediatamente a la derecha, pero nunca hacia la izquierda”.
Luego cada joven fue extiendo su pañuelo: eran finísimos, bordados de oro y de un enorme precio. En cada pañuelo había este escrito: “Reina de las Virtudes: La Pureza o Castidad”.
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De pronto empezó a llegar del lado izquierdo un fuerte ventarrón. Varios jóvenes cerraron inmediatamente sus pañuelos. Otros se volvieron hacia el lado derecho. Pero algunos permanecieron con el pañuelo abierto desplegado, y sin moverse. Enseguida se desencadenó una fuerte tempestad: rayos, truenos, lluvia, granizo y nieve.
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A los jóvenes que permanecieron con el pañuelo extendido, el granizo fue rompiendo cada pañuelo. La lluvia y la nieve fueron llenando también de agujeros pañuelo tras pañuelo, y en poco tiempo los pañuelos quedaron totalmente estropeados y perdieron toda su hermosura.
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Pregunté a Nuestra Señora qué significaba aquello y me respondió: – “Esos jóvenes son tus discípulos. El pañuelo es la santa virtud de la pureza o castidad. Los que quedaron con el pañuelo destrozado son los que se expusieron a las tentaciones, a los peligros, a las ocasiones de pecar. Los que doblaron el pañuelo a tiempo y lo conservaron íntegro y hermoso son los que no se han expuesto a los peligros de pecar y conservan la santa virtud de la pureza. Los que se volvieron a la derecha son los que sí han tenido ocasiones de pecar, y los ha sorprendido la tentación, pero han sabido encomendarse a Nuestro Señor y le han vuelto la espalda al pecado, alejándose de aquello que los invitaba a pecar. Los de los pañuelos rotos son los que han caído en pecados impuros.
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Yo estaba muy triste al ver que eran tantos y tantos los que habían quedado con el pañuelo roto y destrozado y pregunté a Nuestra Señora: – “¿Pero por qué no sólo el granizo rompió los pañuelos, sino que también el agua y la nieve los rompieron?”.
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Y Ella me contestó: “Es que en impureza también las faltas pequeñas manchan el alma y la dejan en muy mal estado”.
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Luego se oyó una voz: “Que se vuelvan a la derecha”.
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Y muchos de los jóvenes que tenían los pañuelos rotos se volvieron hacia la derecha y sus pañuelos quedaron zurcidos y remendados. Pero cada pañuelo quedó mucho más pequeño de lo que era antes y muchísimo menos hermoso de lo que había sido. Daba lástima comparar la fealdad que ahora tenían esos pañuelos con la belleza que antes habían tenido. Pero bueno, ya estaban remendados y ya no estaban rotos. Y me fue dicho que esos son los que han cometido actos impuros y se han confesado y han hecho obras buenas para pagar sus pecados. Poco a poco van recuperando la hermosura de su alma, pero es difícil que lleguen otra vez a tener la belleza que su espíritu tenía antes de cometer esos pecados impuros.
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Vi que algunos no quisieron volverse hacia la derecha y su pañuelo fue quedando totalmente destrozado. Son los que quieren seguir en sus pecados de impureza y no se arrepienten ni hacen nada serio por mejorar su mala conducta. Esos pobres van irremediablemente hacia la perdición.
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36. Las distracciones en la Iglesia, 1861 (MB. 6,799)
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El 28 de noviembre de 1861, cuando muchos de los jóvenes estaban recién llegados al Oratorio de Don Bosco y todavía no estaban acostumbrados a rezar atentamente, el Santo les contó este sueño: “Soñé que estábamos todos reunidos en la Iglesia y empezó la Santa Misa. Y entonces entraron al Templo muchos hombrecitos vestidos de rojo y con cuernos, o sea unos diablillos, y se dedicaron a distraer a los jóvenes mientras rezaban.
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A uno les presentaban los elementos del deporte, a otros un libro, a varios un plato lleno de golosinas y a algunos les mostraban un armario en el fondo del cual había guardada una buena merienda. A algunos les traían el recuerdo de su pueblo o de su barrio y a otros les recordaban los detalles del último partido de juego. Cada joven tenía un diablillo que trataba de hacerlo pensar en otras cosas y no en las oraciones que estaban haciendo.
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Algunos diablillos estaban encaramados en el cuerpo de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles y alisarles el cabello.
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Llegó el momento de la elevación de la hostia, y al toque de la campanilla los jóvenes se arrodillaron, y todos los diablillos desaparecieron, menos los que estaban sobre el cuello, los cuales volvieron la espalda para mirar al lado contrario del altar.
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Apenas terminó la elevación, volvieron los diablillos y se dedicaron otra vez a distraer a los jóvenes para que no pusieran atención a lo que estaban rezando.
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Creo que la explicación de este sueño es que los diablillos representan las distracciones que nos vienen cuando rezamos. Si rezamos sin pensar en qué es lo que decimos, ni a quién hablamos, ni qué le pedimos, entonces la oración pierde mucha parte de su valor y de su poder.
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Los que tienen el diablillo sobre el cuello son los que están en pecado mortal y no quieren dejar ese pecado. El diablo no se les va porque ellos le pertenecen a él, y a éstos les queda mucho más difícil que a los demás hacer oración.

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