10 Jul

37. Los jugadores 1862 (MB. 7,55)
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El 31 de enero de 1862 estaba Don Bosco paseando por los corredores con unos jóvenes durante el recreo, y de pronto se detuvo y llamó al seminarista Juan Cagliero y le dijo: – Oigo dinero que suena. Algunos están ahí jugando dinero. Darás una vuelta por el edificio y buscaras a los jóvenes NNN (y le dijo tres nombres).
Cagliero empezó a recorrer corredores y rincones y no los encontraba. De pronto vio venir a uno de los tres y le dijo: – ¿De dónde vienes? ¿Dónde estabas? ¡Te estaba buscando! – Estaba jugando con N y N.
– Y estaban jugando dinero, ¿no es cierto? El joven no pudo negar que sí había sido así.
Cagliero volvió a contarle a Don Bosco el resultado de sus pesquisas y el Santo contó que en la noche anterior había visto en sueño a tres muchachos jugando dinero. (Y el jugar dinero se les prohíbe a los jóvenes porque los puede llevar al robo y a muchos males más).

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38. Anuncio de una muerte 1862 (MB. 7,114)
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El 21 de marzo de 1862, Don Bosco en su sermoncito que acostumbraba a dar a los jóvenes antes de que se fueran a acostar, y que él llamaba “Buenas Noches”, les dijo: “Les voy a contar un sueño. Soñé que durante un recreo en el cual los jóvenes juegan y corren por todas partes, yo estaba asomado por la ventana de mi habitación observando lo alegremente que los muchachos corrían por todo el patio.
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De pronto oí un gran estrépito a la entrada, en la portería, y dirigiendo hacia allá la mirada, vi entrar al patio un personaje de elevada estatura, de frente ancha, ojos extrañamente hundidos, barba larga, cabellos muy blancos y ralos que desde la cabeza calva le caían sobre los hombros. Venía envuelto en un manto negro como los que colocan en los funerales, y apretaba el manto contra su cuerpo con la mano izquierda, mientras en la mano derecha llevaba una antorcha cuya llama era de color azul negruzco. El tal personaje andaba despacio por todo el patio observando con cuidado como buscando algo que se le hubiera perdido.
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Pasó por en medio de todos los alumnos y de pronto se detuvo frente a un muchacho, e inclinándose y mirándolo fijamente en la frente dijo: “Este es”.
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Luego sacó de entre los pliegues del manto un papelito y se lo presentó al joven para que lo leyera. El muchacho empezó a leerlo y a ponerse muy pálido y a preguntar: – ¿Cuándo será? ¿Será pronto? ¿O será más tarde? Y el viejo con voz sepulcral le dijo: – Ven. Ya ha llegado la hora para ti.
El muchacho le volvió a preguntar: ¿Puedo seguir jugando? Y el viejo le respondió: “Aun durante el juego puedes ser sorprendido”.
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Con esto anunciaba una muerte repentina.
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El joven temblaba. Quería hablar pero no podía.
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Entonces el espectro, señalando con la punta de su mano la puerta de entrada al patio le dijo: – ¿Ves ese ataúd? Es para ti.
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Y allá en la portería se veía un ataúd para echar un muerto.
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El joven empezó a gritar: “¡No estoy preparado! ¡Soy demasiado joven!”.
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Pero el espectro sin decir nada, salió corriendo del patio y desapareció.
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Yo me puse a pensar quién sería el que había venido a anunciar tal muerte, y en ese momento me desperté.
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Esto es un aviso de que uno de los que me escuchan debe prepararse porque Nuestro Señor lo va a llamar muy pronto a la eternidad.
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Yo que presencié aquella escena sé muy bien quién es. Lo vi. Lo conocí claramente, cuando el personaje le entregó el papelito, pero no diré su nombre a nadie, antes de que él haya muerto.
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Sin embargo, haré cuanto me sea posible para prepararlo a bien morir.
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Ahora: que cada uno piense seriamente si está preparado para morir hoy. Que nadie se dedique a pensar “Eso es para otro” y le llegue a él la muerte sin estar debidamente preparado”.
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Yo les aviso claramente, no sea que un día Nuestro Señor me tenga que decir: “Perro mudo, ¿por qué no ladraste? ¿Viste venir el peligro y no avisaste?”.
Que cada uno piense seriamente si sus cuentas con Dios están en buen estado.
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Hagamos en estos días especiales oraciones por ese que va a morir, y ojalá todos digamos cada día la oración: “Dios te salve Reina y Madre”, por aquel que va a morir primero. Así cuando él se muera se encontrará con muchas salves rezadas por él.
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Explicación: Los jóvenes le preguntaron a Don Bosco si la muerte sería muy pronto. Él dijo que sucedería antes de que hubiera dos fiestas que empezaran por P. Ellos entendieron que sería antes de que pasaran la Pascua y Pentecostés.
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En aquellos días fueron muchísimos los que hicieron una confesión general y empezaron a portarse tan sumamente bien como si tuvieran que morir muy pronto. Numerosos muchachos fueron a preguntarle al Santo si era alguno de ellos los que el personaje había señalado en el sueño, pero Don Bosco cambiaba de tema de conversación.
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Por aquellos días un jovencito de apellido Fornasio fue a rogarle a Don Bosco que lo confesara. Hizo una confesión muy fervorosa y luego se sintió mal de salud y lo llevaron con su familiar y allá murió. Tenía 12 años. Don Bosco anunció a todo el alumnado el 16 de abril la muerte de Fornasio, pero advirtió que ese niño no era que el personaje del sueño había anunciado que iba a morir de repente y pronto.
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Y les recomendó que pensaran en aquella frase de Jesús: “Estad preparados, porque a la hora en que menos penséis, llegará el Hijo del hombre”.
Los alumnos seguían insistiéndole en que les dijera al menos la primera letra del apellido del que iba a morir. Él les dijo: “Es la letra con la cual empieza el nombre de María”.
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Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por M. Y además en la enfermería había un muchacho muy enfermo y grave, de apellido Marchisio, y los desconfiados decían: “Si el que se va a morir primero es Marchisio, no se necesita ningún sabio ni ningún soñador, para saber que el apellido del muerto empieza por la primera letra del nombre de María”.
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Pero Marchisio no se murió en aquella ocasión.
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El señalado por el sueño era el joven Víctor Maestro. Don Bosco se lo encontró un día en una escalera y le dijo: – ¿Maestro, quieres ir al paraíso? – ¡Sí, sí! Respondió el jovencito de 13 años de edad.
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– Pues bien, ¡prepárate! – le dijo el Santo.
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El joven Maestro le pidió a Don Bosco que lo dejara ir a pasar unos días con su familia, y se hacía este razonamiento: “El que tiene que morir ahora, va a morir aquí en el Oratorio. Por eso si me voy a donde mi familia no tendré que ser yo el que muera en esta ocasión”.
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Don Bosco le dio el permiso.
Al día siguiente Maestro amaneció algo cansado y se quedó en la cama, y a algunos compañeros que lo fueron a visitar les dijo que sentía contento porque en ese día se iría a visitar a sus familiares.
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A las nueve de la mañana vino el enfermero a anunciarle que dentro de poco llegaría el médico a darle la autorización para irse a pasar unos días con sus familiares. Pocos minutos después llegó otro alumno a llamarlo para que hablara con el médico y le dijo: – “Maestro, Maestro, ¡que llegó el médico! Y como no le respondía, se acercó a su cama y lo tomó del brazo y lo sacudió. Pero Maestro seguía inmóvil.
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El otro jovencito se llenó de susto y gritó: – ¡Maestro ha muerto! ¡Maestro ha muerto! La noticia corrió por toda la casa. El Padre Rúa vino inmediatamente a darle la bendición y todos los colegiales se impresionaron grandemente.
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Esa noche Don Bosco en las Buenas Noches les dijo: “El jovencito al cual vi que en el sueño un personaje le entregaba un papelito anunciándole que moriría de repente, era el que hoy murió: Víctor Maestro. Podemos estar tranquilos porque este niño se confesó muy bien y estaba comulgando cada día. Se había preparado cuidadosamente para pasar a la eternidad”.
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No había llegado todavía la segunda fiesta que empezaba por P, la fiesta de Pentecostés.
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Y sucedió otro detalle curioso: Al llegar los señores de la funeraria, no entraron con el ataúd hasta el fondo del patio, como hacían otras veces, sino que se quedaron en la portería con la caja mortuoria. Y aunque Cagliero les dijo que siguieran más adelante, ellos se quedaron allí junto a la portería. Y al salir Don Bosco a su ventana le dijo a Francesia: “¡Miren, qué extraño! Están con el ataúd aguardando, en el mismo sitio en el que yo los vi en la noche del sueño”.

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