14 Sep

52. El sueño del águila 1865 (MB. 8,58).

El 1o. de febrero de 1865 Don Bosco anunció a los jóvenes la próxima muerte de uno de ellos, narrándole este sueño que había tenido.

“Me pareció mientras dormía que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que de pronto apareció por los aires un águila maravillosa, de bellísimas alas, la cual trazando círculos en el aire, descendía poco a poco hacia los jóvenes. Y un personaje misterioso me dijo: – Aquella águila quiere arrebatarle uno de tus alumnos.

– ¿A cuál? – le pregunté emocionado.

– A aquel sobre el cual ella se coloque.

Observé atentamente y vi que el águila después de dar unas vueltas más, se colocaba sobre la cabeza de uno de los jóvenes de nuestra casa. Me fijé bien en él para no olvidar su nombre. Y luego pregunté: – ¿Y cuándo será esa muerte? – Ese joven no hará dos veces el retiro mensual – me respondió la voz. Y enseguida me desperté.

Explicación: El 3 de marzo dijo el Santo a los muchachos: – Algunos creen que el que se va a morir pronto es el alumno de apellido Savio que está gravemente enfermo. Pero no es él.

Lo importante es que cada uno cumpla lo que recomendó Nuestro Señor: “Estad preparados por que a la hora menos pensada vendrá el Hijo del Hombre”.

Al día siguiente algunos alumnos le pidieron que les diera alguna señal acerca del que se iba a morir próximamente y él les dijo: – Su apellido empieza por F.

Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por F.

El enfermero Bisio se atrevió a rogarle a Don Bosco que le dijera el nombre del próximo difunto y él le dijo en secreto.

– Se trata de Antonio Ferraris. Pero estoy tranquilo porque es un muchacho muy virtuoso y está muy bien preparado para morir. Tú estarás muy atento y cuando Ferraris vaya a la enfermería y se halle grave, me llamarás enseguida para irlo a asistir y a ayudar a bien morir.

Y en aquellos días a Ferraris le dio un resfriado muy fuerte que se le fue convirtiendo en pulmonía. Fue llamado el médico el cual dijo que la enfermedad era sumamente grave y que podía ser mortal.

Llegó la mamacita a visitarlo y le preguntó al enfermero Bisio: – ¿Podré volver a mi casa o será mejor que me quede junto a mi hijo? – ¿Usted en qué disposiciones de ánimo se encuentra? – le preguntó el enfermero.

– Yo soy la madre y como tal siento mucho que mi hijo se me vaya a morir. Pero de todos modos yo acepto lo que Nuestro Señor permita que suceda.

– ¿Y si Dios permite que su hijo muera pronto? – ¡Pues paciencia! ¿Qué vamos hacer? – y empezó a llorar.

– Mire: Don Bosco dice que Antonio es muy buen muchacho y que se encuentra muy bien preparado para irse al Cielo.

– Pues entonces me quedaré, y que haga Dios su Santa Voluntad. Dijo la madre enjugándose las lágrimas.

Ya iba a llegar el día del segundo retiro mensual, y Don Bosco había anunciado que el que iba a morir no llegaría a ese segundo retiro. Por eso el enfermero Bisio le pidió a la mamá del niño que no se alejara.

Antonio Ferraris murió el 16 de marzo santamente, y asistido por Don Bosco.

El Santo les anunció esta muerte a los alumnos de esta manera: “Veo que muchos jóvenes están deseosos de saber cómo fueron los últimos momentos del compañero Ferraris, y con gusto les contaré los detalles. En su última enfermedad sufría mucho pero no perdía la paciencia.

Cuando llegó de alumno aquí al Oratorio me dijo: – Don Bosco yo estoy dispuesto a obedecer todo lo que usted me aconseje para volverme mejor. Cuando falte en algo, le pido el favor de que me corrija y con gusto haré caso a sus avisos.

Yo le prometí que haría lo que me pedía, y cada vez que se equivocaba o fallaba en algo, le advertía y él me hacia caso muy obediente. Se puede decir que había aprendido a hacer caso en todo lo bueno que se le aconsejaba. Y sus profesores dicen que era de los mejores alumnos de su clase. Cuando cayó enfermo fui a visitarlo y le pregunté si quería que le llevara la Sagrada Comunión y me dijo que sí. Luego le pregunté si tenía alguna inquietud, duda o angustia en su conciencia y me dijo que no tenía ninguna, que estaba con la conciencia en paz. Luego le pregunté si sentía gusto en ir pronto al paraíso y me respondió:- Sí, siento alegría en ir al paraíso, porque espero que allá veré al buen Dios, de quien me han hablado muy bien aquí en la tierra.

– ¿Y qué quieres que haga por ti? – Que me ayude a salvar mi alma y que siga ayudando a todos mis compañeros para que cada uno logre conseguir la eterna salvación.

Como me imaginaba que todavía faltaban unas horas para que se muriera, dispuse irme a mi habitación a escribir un rato, pero él con mucho afán y emoción, y casi sofocado por la pulmonía, me clamaba que no lo fuera a dejar solo en sus últimos momentos. Más tarde quise alejarme otra vez por unos minutos pero volvió a clamarme que no lo dejara solo, que deseaba que estuviera junto a él en la hora de la muerte. Le tomé el pulso y noté que ya casi no palpitaba. La pulmonía se agravaba y llegaba el fin. Después expiró serenamente, sin un lamento ni una queja. Es que tenía la conciencia tranquila y en paz. Que hermoso que cada uno de nosotros pueda morir tan en paz con Dios como murió Ferraris. Yo creo que fue directamente al paraíso y con gusto cambiaría mi puesto por el que él tiene ahora en la eternidad.

Algunos dicen que yo los asusto anunciando cuando se va a morir alguno. Pero a Ferraris le sirvió el anunció para prepararse mejor. De todos modos para evitar sustos no anunciaré más las muertes que van a suceder.

Los alumnos gritaron: – Sí, Padre, anuncie siempre, que eso nos hace mucho bien. (MB. 8,64).

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53. Las flores y el gatazo 1865 (MB. 8,42).

Soñé que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que cada uno tenía en la mano una flor. Unos tenían una rosa, otros una azucena; algunos tenían una violeta, y muchos una rosa y un lirio juntamente. De pronto apareció un gatazo con cuernos, grande como un perro, de ojos encendidos como llama, y cuyas uñas eran gruesas como grandes clavos, y su vientre era descomunalmente abultado.

La horrible bestia se acercaba traicioneramente a los jóvenes y dando vueltas alrededor de ellos iba de uno en un uno dando zarpazos a la flor que cada uno tenía y lanzándola al suelo. Yo, ante tamaña bestia sentí un gran miedo y me llamaba la atención que los jóvenes a quienes les robaba sus flores y las lanzaba al suelo se quedaban sin inmutarse ni afanarse.

Cuando me di cuenta de que el gatazo se dirigía hacia mí para robarme también mis flores, quise salir corriendo pero una voz me dijo: – No huya. Dígales a los muchachos que levanten la mano y el brazo y así el gato no logrará arrebatarles sus flores.

Me detuve y levanté el brazo. El gatazo hacia inmensos esfuerzo por arrebatarme las flores que yo tenía en la mano, pero como él era tan pesado y barrigón, caía torpemente a tierra.

Y me fue dicho que la azucena o lirio que llevamos en la mano es la santa virtud de la pureza o castidad, a la cual el diablo le hace guerra continuamente. Que los que levantan la mano son los que rezan, se confiesan, asisten a misa y comulgan. Y que los que no levantan la mano y se dejan robar sus flores son los que comen y beben de gula y se pasan tiempos sin hacer nada, sin dedicarse seriamente al estudio y a los trabajos que tienen que hacer. Que se quedan sin levantar la mano y son robados por el diablo los que se dedican a las malas conversaciones o a leer libros malos o revistas impuras, y los que no hacen mortificaciones ni sacrificios, y no evitan las ocasiones de pecar.

Jesús decía: “Ciertos malos espíritus no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.

Les recomiendo a todos que levanten su brazo rezando con devoción cada mañana y cada noche; confesándose frecuentemente y comulgando con fervor, haciendo cada día una visita a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento en el Templo, rezando el Santo Rosario y dedicándose con esmero al estudio y a hacer cada uno lo que tiene que hacer. Esto hará que la santa virtud de la castidad y de la pureza se logre conservar, por más ataques que el diablo emprenda contra ella. 


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