06 Oct

56. Las ofrendas de la Virgen y su significado 1865 (MB. 8,120).
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El 30 de mayo de 1865 contó Don Bosco el siguiente sueño: “Contemplé un gran altar dedicado a la Virgen y muy hermosamente adornado. Ví a todos mis discípulos avanzando en procesión hacia él. Cantaban una canción a la Virgen, pero no todos del mismo modo. Unos cantaban con exactitud y muy afinados y con hermosa voz.--
Otros cantaban con voz ronca y desentonados y fuera de tiempo. Había algunos que estaban callados sin cantar. Y varios se salían de la procesión y se iban a otros sitios, y varios bostezaban aburridos y sin fervor. No faltaban quienes ponían zancadillas a los otros y se reían burlonamente.
Todos llevaban regalos para ofrecérselos a la Virgen Santísima. Cada uno tenía en sus manos un ramo de flores, unos más grandes, otros más pequeños. Unos llevaban rosas, otros claveles, otros violetas.--
Pero algunos llevaban regalos muy raros: por ejemplo, uno llevaba una cabeza de cerdo. Otro un gato. Alguien llevaba un plato lleno de sapos, otro un conejo y alguno llevaba un corderito.--
Junto al altar de la Virgen había un hermoso joven con alas, probablemente es el ángel que protege nuestra obra, y este joven iba recibiendo la ofrenda que cada uno llevaba.--
A los que presentaron hermosos ramos de flores les recibió con gusto su ofrenda y la colocó junto a los pies de Nuestra Señora. A otros al notar que en su ramo de flores traían algunas ya marchitas, desató el ramillete y sacó las marchitas y las echó a la basura, y las demás las colocó junto al altar.--
A algunos no les recibió las flores que presentaban porque eran flores sin perfume, y la Virgen quiere realidades y no solo apariencias. Los ramilletes de flores de algunos tenían espinas y clavos entre las flores. En ángel quitó las espinas y clavos antes de colocar las flores junto a la Reina del Cielo.--
Cuando llegó el que llevaba un cerdo, el ángel le dijo: – ¿Cómo te atreves a presentar ese regalo? ¿No sabes que el cerdo representa los pecados de impureza, y que María es la más pura de todas las criaturas? Retírate y no presentes esa ofrenda.--
Llegaron los que llevaban un gato y el ángel les dijo: – ¡Retírense! ¿No saben que el gato representa a los que roban? Eso significa que se dedican a quitar cosas, dineros, libros, alimentos, etc., y que malgastan el dinero que sus padres pagan por ellos, porque no estudian, y destrozan sus vestidos sin importarles lo que cuestan. Y los hizo apartarse a un lado.--
Llegaron luego los que llevaban platos con sapos y el ángel les respondió: – Los sapos representan a los que dan escándalos y malos ejemplos a los demás. La Virgen Santísima no recibe esas ofrendas.- Y se retiraron avergonzados.--
Luego avanzaron unos con un puñal clavado en el corazón. Significan los que reciben sacramentos estando en pecado mortal. El ángel les dijo: – ¿No se dan cuenta de que llevan la muerte en el alma? (“Tienen nombre de vivos pero están muertos”, dice el Apocalipsis). ¡Por favor: que les quiten ese cuchillo del corazón! Y éstos fueron también colocados aparte y lejos del grupo.--
Enseguida llegaron los demás que llevaban conejos, corderos, pescado, uvas y nueces. El ángel recibió todo y lo puso junto al altar y después de separar los buenos de malos e hizo formar ante el altar a todos aquellos cuyas ofrendas si habían sido aceptadas. Y con tristeza del alma pude notar que el número de los que no habían sido aceptados era más numeroso de lo que yo me había imaginado.--
Y aparecieron por lado y lado del altar dos ángeles trayendo cada uno una canasta llena de hermosísimas coronas de rosas, pero eran rosas del Cielo que no se marchitan y que significan la inmortalidad. Y a cada uno de aquellos a quienes sí les había sido aceptada sus ofrendas, le fue colocada una de esas coronas en su cabeza. Las coronas eran supremamente hermosas y yo veía que allí desfilaban para ser coronados no solamente los discípulos que ahora tengo sino los discípulos que tendrán nuestras obras en tiempos futuros.--
Y enseguida sucedió algo impresionante: Había jóvenes de rostro nada simpático y que no eran agradables ni atrayentes en su presentación externa, y a éstos les correspondieron las coronas más ricas y hermosas, porque lograron conservar mejor su pureza o castidad. Otros tenían también esta virtud pero en grado inferior. Muchos otros recibieron coronas por su obediencia, por su humildad, o por su amor de Dios. Cada uno recibía una corona proporcionada a los esfuerzos que había hecho por portarse bien.--
El ángel les dijo: – Han recibido estás coronas como premio a su buen comportamiento. Esfuércense cada uno para lograr que los enemigos del alma no le roben su corona. Hay tres medios para conservarlas:--
1. Ser humildes.--
2. Ser obedientes.--
3. Esmerarse por conservar la virtud de la pureza.--
Estás tres virtudes: humildad, obediencia y pureza los harán agradables ante la Virgen María y les conseguirán una corona infinita de premios en el Cielo.--
Los jóvenes que no habían sido coronados desaparecieron y los que recibieron sus coronas empezaron a cantar un himno a la Virgen con voz tan fuerte que… yo me desperté.--
Recuerdo muy bien quiénes sí fueron coronados y en qué virtud sobresalían, y quiénes fueron rechazados y por qué. Pueden pasar en estos días y le diré a cada uno en qué estado vi su alma en el sueño, y qué es lo que debe hacer para que la Virgen Santísima le acepte sus ofrendas.--
Mientras tanto les doy estas explicaciones: Todos llevaban flores a la Virgen, pero noté que casi todos tenían espinas entre sus flores. Y me fue dicho que esas espinas representan a la desobediencia: No hacer lo que hay obligación de hacer, y dedicarse a hacer lo que está prohibido, llegar tarde y no cumplir los propios deberes. (“¿Has visto a alguno que cumpla bien sus deberes de cada día? Ese no quedará entre los últimos. Ese será de los primeros. Pero el desobediente no será coronado.”, dice el Libro de los Proverbios).--
Otros llevaban entre sus flores un clavo. Y con clavos fue crucificado Jesucristo. San Pablo dice que el que peca crucifica de nuevo a Jesucristo. Clavos son los pecados que se cometen y no se combaten. Se empieza por pequeñas faltas y se va llegando a cometer pecados graves. El que es infiel en lo poco, también será infiel en lo grande, decía Nuestro Señor.--
Muchos llevaban flores sin perfume. Son las obras buenas que se hacen sin querer apartarse del pecado o que se hacen por ser vistos y ser felicitados y no por agradar a Dios. Esas obras buenas son rechazadas. (Dice el salmo 49: “El señor Dios dice al pecador obstinado: ¿Por qué andas diciendo que me amas, tú que desprecias mis mandatos y no los quieres cumplir? Te acusare de esto y te lo echaré en cara”).--
Pero el ángel permitía que los que quisieran fueran y arreglaran sus ramilletes y les quitaran las espinas y los clavos y las flores sin perfume y volvían, y entonces sí se les aceptaba su ofrenda. Así que cada uno puede proponerse enmendar sus errores y malos comportamientos y entonces sí eran aceptadas sus ofrendas

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57. LA INUNDACIÓN
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Don Bosco, pues, ante todos sus muchachos, habló así el lunes por la noche, primer día del año 1866: Me pareció encontrarme a poca distancia de un pueblo que por su aspecto parecía Castelnuovo de Asti, pero que no lo era. Los jóvenes del Oratorio hacían recreo alegremente en un prado inmenso; cuando he aquí que se ven aparecer de repente las aguas en los confines de aquel campo, quedando bien pronto bloqueados por la inundación, que iba creciendo a medida que avanzaba hacia nosotros. El Po se había salido de madre e inmensos y desmandados torrentes fluían de sus orillas. Nosotros, llenos de terror, comenzamos a correr hacia la parte trasera de un molino aislado, distante de otras viviendas y con muros gruesos como los de una fortaleza. Me detuve en el patio del mismo, en medio de mis queridos jóvenes, que estaban aterrados. Pero las aguas comenzaron a invadir aquella superficie, viéndonos obligados primeramente a entrar en la casa y después a subir a las habitaciones superiores. Desde las ventanas se apreciaba la magnitud del desastre. A partir de las colinas de Superga hasta los Alpes, en lugar de los prados, de los campos cultivados, de los bosques, caseríos, aldeas y ciudades, sólo se descubría la superficie de un lago inmenso. A medida que el agua crecía, nosotros subíamos de un piso a otro. Perdida toda humana esperanza de salvación, comencé a animar a mis queridos jóvenes, aconsejándoles que se pusiesen con toda confianza en las manos de Dios y en los brazos de nuestra querida Madre, María. Pero el agua había llegado ya casi al nivel del último piso. Entonces, el espanto fue general, no viendo otro medio de salvación que ocupar una grandísima balsa, en forma de nave, que apareció en aquel preciso momento y que flotaba cerca de nosotros. Cada uno, con la respiración entrecortada por la emoción, quería ser el primero en saltar a ella; pero ninguno se atrevía, porque no la podíamos acercar a la casa, a causa de un muro que emergía un poco sobre el nivel de las aguas.Un solo medio nos podía facilitar el acceso ((276)), a saber, un tronco de árbol, largo y estrecho; pero la cosa resultaba un tanto difícil, pues un extremo del árbol estaba apoyado en la balsa que no dejaba de moverse al impulso de las olas. Armándome de valor pasé el primero y para facilitar el transbordo a los jóvenes y darles ánimo, encargué a algunos clérigos y sacerdotes que, desde el molino, sostuviesen a los que partían y desde la barca tendiesen la mano a los que llegaban. Pero ícosa singular! Después de estar entregados a aquel trabajo un poco de tiempo, los clérigos y los sacerdotes se sentían tan cansados que unos en una parte, otros en otra, caían exhaustos de fuerzas; y los que los sustituían corrían la misma suerte. Maravillado de lo que ocurría a aquellos mis hijos, yo también quise hacer la prueba y me sentí tan agotado que no me podía tener de pie. Entretanto, numerosos jóvenes dejándose ganar por la impaciencia, ya por miedo a morir, ya por mostrarse animosos, habiendo encontrado un trozo de viga bastante largo y suficientemente ancho, establecieron un segundo puente, y sin esperar la ayuda de los clérigos y de los sacerdotes, se dispusieron precipitadamente a atravesarlo sin escuchar mis gritos: -íDeteneos, deteneos, que os caeréis!, les decía yo. Y sucedió que muchos, empujados por otros o al perder el equilibro antes de llegar a la balsa, cayeron y fueron tragados por aquellas pútridas y turbulentas aguas sin que se les volviese a ver más. También el frágil puente se hundió con cuantos estaban encima de él. Tan grande fue el número de las víctimas que la cuarta parte de nuestros jóvenes sucumbió al secundar sus propios caprichos. Yo, que hasta entonces había tenido sujeta la extremidad del tronco del árbol, mientras los jóvenes pasaban por encima, al darme cuenta de que la inundación había superado al altura del muro, me industrié para impulsar la balsa hacia el molino. Allí estaba don Juan Cagliero, el cual, con un pie en la ventana y con el otro en el borde de la embarcación, hizo saltar a ella a los jóvenes que habían permanecido en las habitaciones, ayudándoles con la mano y poniéndoles así en seguro. Pero no todos los muchachos estaban aún a salvo. Cierto número de ellos se habían subido a los desvanes y desde éstos a los tejados, donde se agruparon permaneciendo los unos arrimados a los otros, mientras la inundación seguía creciendo sin cesar cubriendo el agua los aleros y una parte de los bordes del mismo tejado. Al mismo tiempo que las aguas, había subido también la balsa y yo, al ver a aquellos pobrecitos en tan terrible situación, les grité que rezasen de todo corazón; que guardasen silencio, que bajasen unidos, con los brazos entrelazados los unos con los otros para no rodar. Me obedecieron y como el flanco de la nave estaba pegado al alero, con el auxilio de los compañeros pasaron ellos también a bordo. En la balsa había además una buena cantidad de panes colocados en numerosas canastas. Cuando todos estuvieron en la barca, inseguros aún de poder salir de aquel peligro, tomé el mando de la misma y dije a los jóvenes: -María es la estrella del mar. Ella no abandona a los que confían en su protección; ((277)) pongámonos todos bajo su manto: la Virgen nos librará de los peligros y nos guiará a un puerto seguro. Después, abandonamos la nave a las olas; la balsa flotaba y se movía serenamente alejándose de aquel lugar. (Facta est quasi navis institoris, de longe portans panem suum.) (Es como nave de mercader que de lejos trae su provisión. Pr. 31, 13.) El ímpetu de las aguas, agitadas por el viento, la impulsaba a tal velocidad, que nosotros, abrazándonos los unos a los otros, formamos un todo para no caer. Después de recorrer un gran espacio en brevísimo tiempo, la embarcación se detuvo de pronto y se puso a dar vueltas sobre sí misma con extraordinaria rapidez, de manera que parecía que se iba a hundir. Pero un viento violentísimo la sacó de aquella vorágine. Luego comenzó a bogar en forma regular, produciéndose de cuando en cuando algún remolino, hasta que, al soplo del viento salvador, fue a detenerse junto a una playa seca, hermosa y amplia, que parecía emerger como una colina en medio de aquel mar. Muchos jóvenes estaban como encantados y decían que el Señor había puesto al hombre sobre la tierra, no sobre las aguas; y sin pedir permiso a nadie salieron jubilosos de la balsa e invitando a otros a que hicieran lo mismo, subieron a aquella tierra emergida. Breve fue su alegría, porque alborotándose de nuevo las aguas a causa de la repentina tempestad que se desencadenó, éstas invadieron la falda de aquella hermosa ladera y en breve tiempo, lanzando gritos de desesperación, aquellos infelices se vieron sumergidos hasta la cintura y, después de ser derribados por las olas, desaparecieron. Yo exclamé entonces: -íCuán cierto es que el que sigue su capricho lo paga caro! La embarcación, entretanto, a merced de aquel turbión amenazaba de nuevo con hundirse. Vi entonces los rostros de mis jóvenes cubiertos de mortal palidez: -íAnimo! les grité, María no nos abandonará. Y todos de consuno rezamos de corazón los actos de fe, esperanza, caridad contrición; algunos padrenuestros, avemarías y la salve; después, de rodillas, agarrados de las manos, continuamos diciendo nuestras oraciones particulares. Pero algunos insensatos, indiferentes ante aquel peligro, como si nada sucediese, se ponían de pie, se movían continuamente, iban de una parte a otra, riéndose y burlándose de la actitud suplicante de sus compañeros. Y he aquí que la nave se detuvo de improviso, giró con gran rapidez sobre sí misma, y un viento impetuoso lanzó al agua a aquellos desventurados. Eran treinta; y como el agua era muy profunda y densa, apenas cayeron a ella no se les volvió a ver más. Nosotros entonamos la Salve y más que nunca invocamos de todo corazón la protección de la Estrella de mar. Sobrevino la calma. Y la nave, cual pez gigantesco, continuó avanzando sin saber nosotros adónde nos conduciría. A bordo se desarrollaba un continuo y múltiple trabajo de salvamento. Se hacía todo lo posible por impedir que los jóvenes cayesen al agua y se intentaba, por todos los medios, salvar a los que caían en ella. Pues había quienes, asomándose imprudentemente a los bajos bordes de la embarcación, se precipitaban al agua ((278)), mientras que algunos muchachos descarados y crueles, invitando a los compañeros a que se asomasen a la borda, los empujaban precipitándolos al agua. Por eso algunos sacerdotes prepararon unas cañas muy largas, gruesos palangres y anzuelos de varias clases. Otros amarraban los anzuelos a las cañas y entregaban éstas a unos y otros, mientras que algunos ocupaban ya sus puestos con las cañas levantadas, con la vista fija en las aguas y atentos a las llamadas de socorro. Apenas caía un joven bajaban las cañas y el náufrago se agarraba al palangre o bien quedaba prendido en el anzuelo por la cintura, o por los vestidos y así era puesto a salvo. Pero también entre los dedicados a la pesca había quienes entorpecían la labor de los demás e impedían su trabajo a los que preparaban y distribuían los anzuelos. Los clérigos vigilaban para que los jóvenes, muy numerosos aún, no se acercasen a la borda de la embarcación. Yo estaba al pie de una alta gavia plantada en el centro, rodeado de muchísimos muchachos, sacerdotes y clérigos que ejecutaban mis órdenes. Mientras fueron dóciles y obedientes a mis palabras, todo marchó bien; estábamos tranquilos, contentos, seguros. Pero no pocos comenzaron a encontrar incómoda la vida en aquella balsa; a tener miedo de un viaje tan largo, a quejarse de las molestias y peligros de la travesía, a discutir sobre el lugar en que debíamos atracar, a pensar en la manera de hallar otro refugio, a ilusionarse con la esperanza de encontrar tierra a poca distancia y en ella un albergue seguro, a lamentarse de que, en breve, nos faltarían las vituallas, a discutir entre ellos, a negarme su obediencia. En vano intentaba yo persuadirles con razones. Y he aquí que aparecieron ante nuestra vista otras balsas, las cuales, al acercarse, parecían seguir una ruta distinta de la nuestra; entonces aquellos imprudentes determinaron secundar sus caprichos, alejándose de mí y obrando según su propio parecer. Echaron al agua algunas tablas que estaban en nuestra embarcación y, al descubrir otras bastante largas que flotaban no muy lejos, saltaron sobre ellas y se alejaron en compañía de las otras balsas que habían aparecido cerca de la nuestra. Fue una escena indescriptible y dolorosa para mí ver a aquellos infelices que iban en busca de su ruina. Soplaba el viento; las olas comenzaron a encresparse; y he aquí que algunos quedaron sumergidos bajo ellas; otros, aprisionados entre los espirales de la vorágine y arrastrados a los abismos; otros, chocaban con objetos que había a flor de agua y desaparecían; algunos lograron subir a otras embarcaciones, 243 Fin de Página 243 VOLUMEN VIII Página: 244 pero éstas pronto se hundieron también. La noche se hizo negra y oscura; en lontananza se oían los gritos desgarradores de los náufragos. Todos perecieron. In mare mundi submergentur omnes illi quos non súscipit navis ista, esto es, la nave de María Santísima. (En el mar del mundo se hundirán todos los que no se refugian en esta nave.) El número de mis queridos hijos había disminuido notablemente; a pesar de ello, con la confianza puesta en la Virgen, después de una noche tenebrosa, la nave entro finalmente, como a través de una especie de paso estrechísimo, entre dos playas cubiertas de limo, de matorrales, de astillones, cascajo, palos, ramaje, ejes destrozados, antenas, remos. ((279)) Alrededor de la barca pululaban tarántulas, sapos, serpientes, dragones, cocodrilos, escualos, víboras y mil otros repugnantes animales. Sobre unos sauces llorones, cuyas ramas caían sobre nuestra embarcación, había unos gatazos de forma singular que desgarraban pedazos de miembros humanos y muchos monos de gran tamaño, que columpiándose de las mismas ramas, intentaban tocar y arañar a los jóvenes; pero éstos, atemorizados, se agachaban salvándose de aquellas amenazas. Fue allí, en aquel arenal, donde volvimos a ver con gran sorpresa y horror a los pobres compañeros que habíamos perdido o que habían desertado de nuestras filas. Después del naufragio fueron arrojados por las olas a aquella playa. Los miembros de algunos estaban destrozados como consecuencia del choque violento contra los escollos. Otros habían quedado sepultados en el pantano y sólo se les veían los cabellos y la mitad de un brazo. Aquí sobresalía del fango un torso, más allá una cabeza; en otra parte flotaba, a la vista de todos, un cadáver. De pronto se oyó la voz de un joven de la barca que gritaba: -Aquí hay un monstruo que está devorando las carnes de fulano y de zutano. Y repetía los nombres de los desgraciados, señalándolos a los compañeros que contemplaban la escena con horror. Pero otro espectáculo no menos horrible se presentó a nuestros ojos. A poca distancia se levantaba un horno gigantesco en el cual ardía un fuego devorador. En él se veían formas humanas, pies, brazos, piernas, manos, cabezas que subían y bajaban entre las llamas confusamente, como las legumbres en la olla cuando ésta hierve. Miramos atentamente y vimos allí a muchos de nuestros jóvenes y al reconocerlos quedamos aterrados. Sobre aquel fuego había como una tapadera, encima de la cual estaban escritas con gruesos caracteres estas palabras: «EL SEXTO Y EL SEPTlMO CONDUCEN AQUI».
Cerca de allí había una alta y amplia prominencia de tierra o promontorio con numerosos árboles silvestres desordenadamente dispuestos, entre los que se agitaba gran número de nuestros muchachos de los que habían caído a las aguas o de los que se habían alejado de nosotros durante el viaje. Bajé a tierra, sin hacer caso del peligro a que me exponía, me acerqué y vi que tenían los ojos, las orejas, los cabellos y hasta el corazón llenos de insectos y de asquerosos gusanos que les roían aquellos órganos causándoles atrocísimos dolores. Uno de ellos sufría más que los demás; quise acercarme a él, pero huía de mí escondiéndose detrás de los árboles. Vi a otros que entreabriendo por el dolor sus ropas, mostraban el cuerpo ceñido de serpientes; otros, llevaban víboras en el seno. Señalé a todos ellos una fuente que arrojaba agua fresca y ferruginosa en gran cantidad; todo el que iba a lavarse en ella curaba al instante y podía volver a la barca. 244 Fin de Página 244 VOLUMEN VIII Página: 245 La mayor parte de aquellos infelices obedeció mis mandatos; pero algunos se negaron a secundarlos. Entonces yo, decididamente, me volví a los que habían sanado, los cuales, ante mis instancias, ((280)) me siguieron sin titubear mientras los monstruos desaparecían. Apenas estuvimos en la embarcación, ésta, impulsada por el viento, atravesó aquel estrecho, saliendo por la parte opuesta a la que había entrado, lanzándose de nuevo a un mar sin límites. Nosotros, compadecidos del fin lastimoso y de la triste suerte de nuestros compañeros abandonados en aquel lugar, comenzamos a cantar: íLoad a María!, en acción de gracias a la Madre celestial, por habernos protegido hasta entonces; y al instante, como obedeciendo a un mandato de la Virgen, cesó la furia del viento y la nave comenzó a deslizarse con rapidez sobre las plácidas olas, con una suavidad imposible de describir. Parecía que avanzase al solo impulso que le daban los jóvenes al jugar echando el agua hacia atrás con la palma de la mano. He aquí que seguidamente apareció en el cielo un arco iris, más maravilloso y esplendente que una aurora boreal, al pasar bajo el cual leímos escrito con gruesos caracteres de luz, la palabra MEDOUM, sin entender su significado. A mí me pareció que cada letra era la inicial de estas palabras: Mater Et Dómina Omnis Universi Maria. (María es la madre y señora del universo entero.) Después de un largo trayecto, he aquí que apareció tierra en el horizonte; al acercarnos a ella, sentíamos renacer poco a poco en el corazón una alegría indecible. Aquella tierra amenísima, cubierta de bosques con toda clase de árboles, ofrecía el panorama más encantador que imaginarse puede, iluminada por la luz del sol naciente tras las colinas que la formaban. Era una luz que brillaba con inefable suavidad, semejante a la de un espléndido atardecer de estío, infundiendo en el ánimo una sensación de tranquilidad y de paz. Finalmente, dando contra las arenas de la playa y deslizándose sobre ella, la balsa se detuvo en un lugar seco al pie de una hermosísima viña. Bien se pudo decir de esta embarcación: Eam tu, Deus, pontem fecisti, quo a mundi flúctibus trajicientes ad tranquillum portum tuum deveniamus. (Tú, oh Dios, hiciste de ella un puente, por el que atravesando las aguas del mundo lleguemos a tu apacible puerto). Los muchachos estaban con deseos de penetrar en aquella viña y algunos, más curiosos que otros, de un salto se pusieron en la playa. Pero, apenas avanzaron unos pasos, al recordar la suerte desgraciada de los que quedaron fascinados por el islote que se levantaba en medio del mar borrascoso, volvieron apresuradamente a la balsa. Las miradas de todos se habían vuelto hacia mí y en la frente de cada uno se leía esta pregunta: -Don Bosco: »es hora ya de que bajemos y nos paremos? Primero reflexioné un poco y después les dije: -íBajemos! Ha llegado el momento: ahora estamos seguros. Hubo un grito general de alegría; los muchachos, frotándose las manos de júbilo, entraron en la viña, en la cual reinaba el orden más perfecto. De las vides pendían racimos de uva semejantes a los de la tierra prometida y en los árboles había todas las clases de frutos que se pueden desear en la bella estación y todos de un sabor desconocido. En medio de aquella ((281)) extensísima viña se elevaba un gran castillo rodeado de un delicioso y regio jardín y cercado de fuertes murallas. Nos dirigimos a aquel edificio para visitarlo y se nos permitió la entrada. 245 Fin de Página 245 VOLUMEN VIII Página: 246 Estábamos cansados y hambrientos, y en una amplia sala adornada toda de oro, había preparada para nosotros una gran mesa abastecida con los más exquisitos manjares, de los que cada uno pudo servirse a su placer. Mientras terminábamos de refocilarnos, entró en la sala un noble joven, ricamente vestido y de una hermosura singular, el cual, con afectuosa y familiar cortesía, nos saludó llamándonos a cada uno por nuestro nombre. Al vernos estupefactos y maravillados ante su belleza y las cosas que habíamos contemplado, nos dijo: -Esto no es nada; venid y veréis. Le seguimos, y desde los balcones de las galerías nos hizo contemplar los jardines, diciéndonos que éramos dueños de todos ellos, que los podíamos usar para nuestro recreo. Nos llevó después de sala en sala; cada una superaba a la anterior por la riqueza de su arquitectura, por sus columnas y decorado de toda clase. Abrió después una puerta que comunicaba con una capilla, y nos invitó a entrar. Por fuera parecía pequeña, pero apenas cruzamos el umbral comprobamos que era tan amplia que de un extremo a otro apenas si nos podíamos ver. El pavimento, los muros, las bóvedas estaban cubiertas con mármoles artísticamente trabajados, plata, oro y piedras preciosas; por lo que yo, profundamente maravillado, exclamé: -íEsto es una belleza de cielo! Me apunto para quedarme aquí para siempre. En medio de aquel gran templo, se levantaba sobre un rico basamento, una grande y magnífica estatua de María Auxiliadora. Llamé a muchos de los jóvenes que se habían dispersado por una y otra parte para contemplar la belleza de aquel sagrado edificio, y se concentraron todos ante la estatua de Nuestra Señora para darle gracías por tantos favores como nos había otorgado. Entonces me di cuenta de la enorme capacidad de aquella iglesia, pues todos aquellos millares de jóvenes parecían formar un pequeño grupo que ocupase el centro de la misma. Mientras contemplaban aquella estatua, cuyo rostro era de una hermosura verdaderamente celestial, la imagen pareció anirmarse de pronto y sonreír. Y he aquí que se levantó un murmullo entre los muchachos, apoderándose de sus corazones una emoción indecible. -íLa Virgen mueve los ojos!, exclamaron algunos. Y en efecto, María Santísima recorría con su maternal mirada aquel grupo de hijos. Seguidamente se oyó una nueva y general exclamación: -íLa Virgen mueve las manos! Y en efecto, abriendo lentamente los brazos, levantaba el manto como para acogernos a todos debajo de él. Lágrimas de emoción surcaban nuestras mejillas. -íLa Virgen mueve los labios!, dijeron algunos. Hízose un profundo silencio; la Virgen abrió la boca y con una voz argentina y suavísima, dijo: -Si vosotros sois para Mí hijos devotos, yo seré para vosotros una Madre piadosa.
Al oír estas palabras, todos caímos de rodillas y entonamos el canto: Load a María. ((282)) Se produjo una armonía tan fuerte y al mismo tiempo tan suave, que gratamente impresionado me desperté, y terminó así la visión. Don Bosco concluyó con estas palabras: »Veis, mis queridos hijos? En este sueño podemos reconocer el mar borrascoso de este mundo. Si sois dóciles y obedientes a mis palabras y no hacéis caso de los que os aconsejan mal, después de habernos esforzado por hacer el bien y huir del mal; después de vencidas todas nuestras malas tendencias, llegaremos felizmente al término de nuestra vida, a una playa segura. Entonces vendrá a nuestro encuentro mandado por la Virgen Santísima, quien en nombre de nuestro buen Dios, nos introducirá para restaurarnos de nuestras fatigas, en su regio jardín, esto es, en el Paraíso, donde gozaremos de su amabilísima presencia divina. Pero, si por el contrario, queréis obrar, no según yo os digo, sino siguiendo vuestro capricho y desoyendo mis consejos, entonces naufragaréis miserablemente. Don Bosco dio, en circunstancias diversas y privadamente, alguna explicación detallada de este sueño, relacionado no sólo con el Oratorio, sino también con la Pía Sociedad, según parece. «El prado es el mundo; el agua que amenazaba ahogarnos, los peligros del mundo. La inundación tan terriblemente extendida, los vicios y las máximas irreligiosas y las persecuciones contra los buenos. El molino, esto es, un lugar aislado y tranquilo, pero también amenazado, la casa del pan, la Iglesia Católica. Los canastos del pan, la Santísima Eucaristía que sirve de viático a los navegantes. La embarcación, el Oratorio. El tronco del árbol que forma el puente entre el molino y la balsa es la Cruz, o sea, el sacrificio de sí mismo a Dios, mediante la mortificación cristiana. El leño empleado por los jóvenes, como un puente más ligero para entrar en la embarcación, es el reglamento conculcado. Muchos vienen con fines rastreros y bajos: hacer una carrera; con deseos de lucro, de honores, de comodidades, de cambiar de condición y de estado; éstos son los que no rezan y se burlan de la piedad de los demás. Los sacerdotes y los clérigos simbolizan la obediencia y las portentosas obras de salvación que por medio de ésta se consiguen. Los remolinos, las varias y tremendas persecuciones que se suscitaron y se suscitarán. La isla sumergida, los desobedientes que no quieren permanecer en la embarcación ((283)) y vuelven al mundo despreciando la vocación. Dígase lo mismo de los que se refugian en las otras balsas. Muchos caían al agua y tendían la mano a los que estaban en la embarcación y con la ayuda de los compañeros subían nuevamente a ella. Eran los dotados de buena voluntad que, habiendo caído desgraciadamente en pecado, vuelven a adquirir la gracia de Dios mediante la penitencia. El estrecho, los gatazos, los monos y demás monstruos, son las revoluciones, las ocasiones y las incitaciones a la culpa, etcétera. Los insectos en los ojos, en la lengua, en el corazón, son las miradas peligrosas, las conversaciones obscenas, los afectos desordenados. La fuente de agua ferruginosa que tenía la virtud de matar todos los insectos y de curar instantáneamente, son los sacramentos de la Confesión y de la Comunión. El lodazal y el fuego, son los lugares del pecado y de la condenación. Con todo, hay que observar que esto no quiere decir que cuantos cayeron en el lodo y no se volvieron a ver más y los que ardían en las llamas tienen que ir a parar irremisiblemente al infierno: íno! Dios nos libre de afirmar semejante cosa. Sino que indica que los que se encontraban en desgracia de Dios, si hubiesen muerto entonces, se habrían condenado para siempre. La isla feliz, el templo, es la Sociedad Salesiana, consolidada y triunfante. El bizarro joven que acoge a los muchachos y los acompaña a visitar el palacio y el templo, parece que fuera un alumno muerto en posesión del Paraíso, tal vez Domingo Savio»  

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