20 Nov

68. La muerte, el juicio, el paraíso 1868 (MB. 9,16).


El 5 de abril tuve un sueño que me fatigó mucho, de manera que al amanecer me sentía tan cansado como si hubiera trabajado toda la noche, y estaba intranquilo e inquieto.
Soñé que me había muerto y que me presentaba ante el juicio de Dios para darle cuenta de mis palabras, acciones y pensamientos. Luego soñé que llegaba al paraíso y que me encontraba muy feliz allá. Al despertarme se me fue la ilusión de estar gozando ya en el paraíso pero me vino el consuelo de no tener que presentarme todavía a dar cuentas ante el Tribunal de Dios y de tener tiempo para prepararme mejor a una santa muerte. Mi propósito fue hacer en adelante todo lo posible por salvar mi alma y conseguir el Paraíso Eterno.
Estas cosas puede ser que no tengan importancia para los que las oyen, pero para mí sí fueron de mucha importancia porque me hicieron pensar seriamente en lo que me espera al final de la vida.
El Libro Santo recomienda: “Piensa en lo que te espera al final de la vida, y así evitarás muchos pecados” (Ecles. 7,40).
El próximo sueño sí es de mayor interés para los oyentes.

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69. El sueño de la vid 1868 (MB. 9,160).


1a. Parte: La vid que crece.
El 9 de abril, era Jueves Santo y apenas me dormí y empecé a soñar. Vi que estaba en el patio rodeado de muchos sacerdotes, clérigos y alumnos. De pronto nació junto a nosotros una vid o mata de uvas, y empezó a crecer de manera admirable y a subir y subir. Se llenó de hermosas ramas y cada rama tenía grandes y sabrosos racimos de uvas. Y fue creciendo rapidísimamente hasta cubrir todo el patio del colegio y varias hectáreas más a su alrededor. Y lo admirable es que las ramas se extendían sin apoyarse en nada formando un inmenso techo que nos cubría a todos. ¡Qué bellas eran sus hojas, qué agradables sus racimos, qué impresionantemente bella era toda aquella vid! Mis compañeros y yo decíamos entusiasmados: – ¿Pero cómo logró crecer de manera tan rápida? De un momento a otro todos los granos de uva se convirtieron en muchachos que caían al patio y se dedicaban a jugar alegremente debajo de aquella inmensa vid. Allí estaban mis discípulos de ahora y los que vendrán en los tiempos futuros.
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2a. Parte: La vid sin frutos.
De pronto la alegría de los jóvenes desapareció y la vid fue cubierta con un gran velo de luto y desaparecieron todos sus frutos. Un personaje se me apareció y me mostró un letrero donde estaba escrita aquella frase del Evangelio que dice: “He venido a buscar frutos y no los encuentro” (Sn. Luc. 13,6). Es lo que Jesús anunció que dirá el Señor cuando llega año tras año y no los encuentra. Jesús dijo que añadirá: “Quítenle de aquí. ¿Para qué ocupar un sitio inútilmente?” (Sn. Luc.
13,7).
Yo le pregunté al personaje qué significaba aquel velo oscuro y aquel letrero y me respondió: – Esos son los que pudiendo hacer el bien no lo hacen (el apóstol Santiago dice: “El que puede hacer el bien y no lo hace, peca”). Son los que hacen bien para ser vistos y para aparecer bien ante los demás. (De ellos dijo Jesús: “Todo lo hacen para ser vistos y alabados por la gente, y por eso ya recibieron su premio en esta tierra”). Son los que si se portan bien lo hacen es por temor a los castigos y regaños, y no por agradar a Dios. Son los que cumplen sus deberes como a la fuerza y no de buena gana y alegremente.
Sentí una gran tristeza al ver en este grupo algunos que yo creía muy buenos, sinceros y de excelente voluntad.
Pero el grupo que venía luego era mucho peor.
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3a. Parte: Los frutos dañados.
Enseguida se me presentó una nueva escena, más angustiosa que la anterior. Vi que entre las ramas de la vid había muchísimos racimos de uvas que a primera vista aparecían raquíticos, podridos y llenos de moho. Unos estaban llenos de gusanos y de insectos que los devoraban. Otros estaban picoteados por las aves y las avispas. Varios estaban podridos y secos. Ningún buen fruto se podía sacar ya de ellos. Y todos despedían un hedor fastidioso.
De un momento a otro aquellos racimos de uvas se convirtieron en jóvenes, pero no eran ya aquellos muchachos alegres y contentos y hermosos que había visto al principio del sueño. Estos tenían un rostro feo, sombrío, triste y cubierto de llagas.
Andaban encorvados y melancólicos. Ninguno hablaba. Allí había discípulos míos de la actualidad, y discípulos que llegarán en el futuro. Todos estaban avergonzados y no se atrevían ni levantar la mirada.
Espantado pregunté a mi guía por qué los que antes estaban tan contentos y hermosos aparecían ahora tristes y feos. Él me contestó: – Esas son las consecuencias del pecado.
Los jóvenes empezaron a desfilar delante de mí y el guía me dijo: – Obsérvelos bien detenidamente.
Me puse a mirar atentamente y vi que algunos llevaban escrito en la frente o en la mano su pecado. Me quedé aterrado al ver algunos que yo me imaginaba que eran excelentes personas, tenían el alma manchaba con culpas gravísimas.
En la frente de unos se leía: “Impureza”. En la de otros: “Escándalo y mal ejemplo”. En otros: “Orgullo, vanidad”, “Ira, mal genio, rencor, espíritu de venganza”, desobediencia, malas palabras, pecados de lengua, robo, gula…
El guía me dijo: – Recomiéndeles que si quieren alejar esos pecados tienen que frecuentar los sacramentos de la confesión y de la comunión. Que cuiden sus miradas, que huyan de las malas lecturas y de las malas conversaciones. Que recen más y mejor. Estudio, trabajo y oración son tres remedios que los conservarán buenos.
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4a. Parte: Los frutos buenos.
Se corrió un velo y apareció una nueva escena: una vid llena de los más hermosos racimos de uvas. Daba gusto mirarlos, y esparcían a su alrededor una fragancia exquisita. Los racimos se convirtieron enseguida en jóvenes, llenos de vigor, de hermosura y alegría. Son discípulos míos de ahora y discípulos que llegarán en tiempos futuros. Sus rostros eran alegrísimos y radiantes de felicidad. Y el guía me dijo: – Estos son aquellos discípulos tuyos que en lo presente y en lo futuro logren practicar la virtud y producir buenos frutos para el Cielo.
Y me alegré mucho al verlos, pero sentí también cierta tristeza porque no eran tantos como yo había deseado que fueran.
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5a. Parte: Las uvas malolientes.
Vi luego que aparecía otra mata de vid con enormes ramas y con uvas tan grandes, que se necesitaba la fuerza de un hombre para poder llevar un racimo. Las uvas eran muy bellas por fuera, pero el Padre Cagliero quiso probar una e inmediatamente sintió náuseas y tuvo que escupir varias veces diciendo: – Esto es un veneno. Esto es capaz de matar a un cristiano.
Luego apareció un personaje y yo le pregunté: – ¿Cómo se entiende que unas uvas tan hermosas tengan un sabor tan desagradable? Él me respondió y me dijo: – Observe bien detenidamente cada uva.
Me acerqué y observé y en cada grano de uva vi el nombre de uno de mis discípulos, y junto a sus nombres leí con horror algunos de estos letreros: “Orgulloso – infiel a sus promesas. Impuro – hipócrita – Descuidado en sus deberes – Calumniador – Vengativo – Duro en su trato – Comulga en pecado – Desobediente y rebelde – Escandaloso, da mal ejemplo – Enseña cosas indebidas.
Delante del nombre de otros vi escrito alguno de estos letreros: “Su Dios es su vientre (come o bebe de gula). La ciencia lo ha vuelto orgulloso. Busca sus propios intereses, y no los de Jesucristo.
El personaje tomó una vara y dijo: – Hay que golpear esa mata de uva.
Yo le respondí: – En el Evangelio se cuenta que el viñador pidió de plazo un año para cuidar mejor la mata de uva, antes de que fuera castigada. (Sn. Luc. 13,8).
El personaje dijo: – Se les concede ese plazo, pero si no cambian vendrá el castigo.
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6a. Parte: La granizada.
De un momento a otro aquellos granos de uva que estaban tan podridos se fueron volviendo más grandes y repugnantes y el guía gritó: – ¡Miren ya viene el castigo de Dios! Y entonces estalló una horrenda tormenta y la oscuridad de una espesa nube cubrió la vid. Retumbaron los truenos, brillaron los relámpagos y empezaron a caer una espantosa granizada. Cada granizo era tan grande como un huevo de gallina. Los granos de granizo eran unos de color negro y otros de color rojo y olían horriblemente mal.
Y vi que cada granizo negro llevaba escrito esta palabra: “Impureza” y cada grano rojo tenía grabada esta otra palabra: “Orgullo”.
Y el guía me explicó: – Esos son dos pecados que pueden hacer muchísimo daño a tus discípulos: la impureza y el orgullo.
Los granizos fueron destronando sin compasión todos los racimos de uvas y se esparció un olor insoportable. Yo lleno de asco y de miedo quise salir corriendo y al empezar a correr… me desperté.
Como ven, este sueño es muy desagradable y por eso pensaba no narrarlo, hasta que se me apareció aquel monstruo y oí la voz que me gritaba: “¿Por qué no hablas?”. ¿Por qué no cuentas lo que has visto en sueños? Pero ahora tengo que contarles otro sueño todavía mucho más desagradable y miedoso que los anteriores. Eso será mañana. 


[En este sueño de San Juan Bosco yo no recuerdo haber leído antes la frase tan repetida de "estos son mis estudiantes de ahora y los que vendrán en el futuro". Al contrario, la impresión que me daba al leerlo antes era de que las diferentes viñas son diferentes etapas en la obra del Santo. Fíjense que lo último que tolera Dios es arrogancia e impureza y precisamente el antipapa y sus modernos arrianos están llenando la Iglesia de impureza y pronto pondrán su satánico orgullo]

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